domingo, enero 06, 2008

DANIELA - CAPÍTULO IV


DANIELA

CAPÍTULO
IV





"Se fue una tarde gris...

Se fue una tarde gris...
Es muy buen día para morir...Dijo así...
Tomó su guitarra, entonó una canción...
Y se fue"



[OST:
El HARAGAN Y CÍA
"MORIR DE NOCHE"]








CAPÍTULO IV




L
os días apenas sí transcurrían con pequeñas insinuaciones de aventuras vagas. Daniela estaba sentada fuera de su casa, en los escalones de la pequeña casita heredada por los abuelos. Era tarde, la ciudad comenzaba a iluminarse con lucecitas tenues, como pequeñitas luciérnagas extraviadas en mitad de un bosque. Para ser verano, el clima era extremadamente caluroso. La blusa de tirantitos discretos calmaba en poco la calidez que irradiaba lo esbelto de su cuerpo. Verano, un verano muy irrespetuoso. Las calles tenían ese vapor obviado por el día; caminar no era buena elección, a pocos pasos un sudor copioso se transpiraba por la piel, dejando una sensación desagradable de pesadez. Ella pensaba, observaba a su alrededor, las personas que sacaban a pasear a los niños, a las mascotas como sí de lo mismo se tratara. Particularmente aquella hora de la tarde, entre las seis y siete, era su delirio. La caída del atardecer rutinario como su vida. Sin emoción, sin tardanza, pero en suma preciso. El atardecer, una cumbre que sirve de parte aguas entre el Sol y la caída de la noche, con su manto esculpido de paciencia, sin perezas.

Sentada, sobre esos escalones esculpidos sobre adobe, cubiertos ahora por cemento, soñaba, se sumergía en sus deseos frustrados de escapatorias. Escapar, correr, huir de esa casa que algún día ella heredaría entre deudas familiares e hipotecas que el banco terminaría por saldar, dejándola sin nada. De una casa que era suya, pero en la que no se sentía parte de ella, para nada. Como extraña, como una loca en un asilo de cuerdos. La secundaria llegaba a su fin. Se graduaría entre lloriqueos y parafraseo de «Te extrañaré; nunca cambies; espero sigamos en contacto», cuando ella, lo único que deseaba era dejar toda esa miseria atrás. Progresar, seguir adelante en sus visiones positivas para la vida. Para su vida que deseaba tener. La preparatoria era el siguiente paso obligado. La costumbre básica para tener una vida normal y tradicional. No quería nada de eso, de la ruta planeada por compromiso. Deseaba viajar, observar más allá de las escaleras de cemento, salir de la ciudad que la atosigaba, donde todos la conocían y saludaban, donde todos viven pendientes de otras vidas, menos de las suyas. Huir de la ciudad que ahora la tenía atada en sus aspiraciones. Modelo, actriz o prostituta en calles prohibidas, daba igual, pero escapar, romper las cadenas, los tabúes narcisistas. Que más daba ser bailarina en tabernas, mimo en teatros callejeros, gitana en controversia, meretriz de indecencias. Lo que fuera, donde fuera… Pero salir volando con alas propias.

Sin padres que criticasen sus acciones, que delimitaran su terreno, sus emociones. Y en el vuelo, emprender el regreso una vez alcanzado el éxito. En aquel escenario que pintaba una luminosa noche, pensaba: « ¡Bah! No son más que sueños, proposiciones a mi propio destino inalcanzable, que quizá, con un poco de valor acompañada de la suerte, puedan lograrse metas verdaderas; lástima de vida, lástima de muerte que me espera, cuando ya no creo ni en mis propias ensoñaciones».

Me gusta el despertar imaginando que todo lo pensado fue real. El amanecer trae consigo la esperanza de un nuevo comienzo, olvidando los finales impropios del ayer. Me gusta el “borrón y cuenta nueva” que te da la experiencia adquirida de los malos pasos que pudiste dar días atrás. Me gusta despertar pensando que todo lo que el hombre ha construido con la fuerza de sus manos, lleva impresa la firmeza de sus ideales, la fortaleza de lo que parece ser su verdad. Que los cimientos sean palpables, pero por sobre todo, que todo aquello pueda ser escuchado en las paredes de nuestro ser.

No quiero ser diferente a todas esas personas, quizá soy tan igual que me esfuerzo en pensar que nunca lo he sido. Yo no quiero parecer diferente a las personas que corren por las calles apenas despiertas, de las que sienten el peso del tiempo a sus espaldas, y en la prisa de las manecillas, se estresan. Qué difícil vivir siendo presa de un reloj.
He llegado a pensar que el tiempo es un invento para hacernos el beneficio del recuerdo.


«Ayer fue un día parecido al de hace dos años, cuando me encontré en la ruta del enamoramiento precoz. Eran las dos con cincuenta y tres minutos de una tarde blanca, con el calor que ahora mismo tengo, como ese día lo sentía y no se olvida. Me enamoré por vez primera, prematuramente, pero abiertamente. Yo salía del colegio, él camina en la misma dirección sin darse cuenta. Nuestros cuerpos tropezaron, no así nuestras miradas que buscaban ese encuentro. La tierra, inexplicablemente se detenía, su cuerpo pegado al mío, rozando mis sentidos, me regaló un susurro de disculpa y de cordura.

Ayer, fue parecido al de hace dos años. Y apenas me voy dando cuenta de todo lo que he pasado en tan poco tiempo. Las hojas también amenazaban con caer de las ramas de los árboles, abriendo paso al otoño. Esa caída esperada de las hojas como la que yo sentí en mi vida, la que me dejó una cicatriz que pensaba sanada. Es pura verdad, yo no soy diferente a esas personas que viven de prisa, queriendo madurar a deshora, a destiempo, con la idea de olvidar que allá afuera, se encuentra el amor, el dulce amor que les haga dejar a un lado lo que tratan de no recordar, que viven atadas a una agenda, a un regimiento de disciplinas absurdas arraigadas en su cabeza, queriendo ser así importantes en lo que hacen o en lo que dejen de hacer. Es mejor vivir recordando la esperanza de encontrarse en otros brazos, más pasionales, más envidiables. No buscarlo, es lo que indica una perdida de tiempo.

No sé que habrá sido de él. Sí acaso en algún momento de aburrimiento ve las hojas caer, y piense en mi, y se acuerde de mi rostro ruborizado, haciéndole notar que lo amé desde la primera vez que lo ví, desde la primera vez que chocamos accidentalmente. Si piensa que algún día volveremos a vernos y decirnos que no hemos podido olvidarnos. Sin ocultarnos los “Te quiero” que se robaba el viento en cada beso.»

En este amanecer comprendo y acepto que perdí al único amor que me hacía vivir, por la falta de valor. Es el tiempo –que dicen- cura las heridas, pero estas manecillas incesantes posadas sobre la muñeca de mi brazo derecho, me dice todo lo contrario. Me obligan a pensar y recordar el pasado. En medir cada uno de mis actos ligados a su recuerdo. Tengo puestas todas mis esperanzas en un olvido que jamás llegará.

Incluso mi muerte, habrá de llevarme al laberinto del que nunca he podido escapar, en el que me persigue el minotauro de la añoranza. Porque indiferente, nunca presté atención a las señales románticas que se me presentaban. Atribuí que mi valentía nunca existió y me quedé hecha de hojalata. Me quedé con las caras dibujadas en pinceladas y trazos cortos, por un artista anónimo, que jamás se pudo inspirar en mí. Me dejé llevar por lo rudimentario de mi suerte –la que me sigo empeñando en ignorar-; perdida en los pasillos sin salida de la tristeza y la melancolía. En el trote de un caballo que es mi soledad.

En este amanecer quiero dejar presente el testamento donde señalo que dejaré de planear mi futuro. Tal vez, sea ésta la única salida al pasadizo.
Me resignaré en ser un ente solitario en la brisa del destino. El mismo que me obliga a vivir pendiente de mí ayer. Y de ese ayer, que es semejante al de hace dos años, cuando lo vi por primera vez. El ayer que tiene ahora pintado su rostro, que tiene dibujada en cada pincelada de trazos cortos, que yo me enamoré.


La magia es el arte de hacer ver cosas que no son, y que parecieran ser posibles a través de la sorpresa. Este amanecer es igual que esa magia. Sólo basta con la capacidad de poder sorprenderse. Sí nunca pierdes el asombro siempre serás una persona completamente feliz. Con el poder de enmarcar la diferencia en lo que ves, en todo lo que te propongas hacer.
Inútilmente pensaba que el amor se obtiene de la admiración que se profesan dos. La verdad, es que el amor entra por las ventanas del asombro y se escapa en los defectos del error. Día a día es emprender la finalidad de sorprender a la persona que se ama.

La cama, el aseo del cuerpo a diario, el desayuno hacen trabajos dispares pero con una sola meta: Dar la bienvenida al nuevo día. Soy feliz, porque el amanecer me sorprendió con esta vaga sensación de sentirme viva. Todo parece ahora diferente.

La maestra grita mi nombre y yo entrego la última tarea de mi último año en la secundaria. La dejó el día anterior, ella suelta una cara de sorpresa al verme tan aplicada, y yo sonrió porque sucedió. Entonces, ella me pregunta: ¿Por qué tanta felicidad, Daniela?, yo le respondo: “Por nada en especial, por nada que valga la pena compartir con los demás, pero que tiene un gran sentido de justicia para mi”. El mismo rostro de ella sorprendida, me despide: “Puedes irte a tu lugar…”, y yo pienso: “Sí tan sólo supiera cuál es…”

Ahora, estoy enfrente de la puerta que da al armario de Aidé. Es enorme, es del tamaño de mi cuarto. Mucha ropa abunda ahí dentro. Ropa que adornan unos finos ganchos plateados. El piso está lleno de zapatos de una sola puesta. Siento envidia, aunque no lo demuestro. Me anima a probarme lo que quiera, a dejarme puesta la ropa que más se acople a la salida por la noche. Es invitada –o somos- a una fiesta de jóvenes mayores.
Me reprime a conciencia en advertencia:
«Esta noche, puede ser la que buscamos, Perra»
Para fruto de toda mí desgracia, tuvo toda la razón.


(…)



KARLA NEREA VALENCIA
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