sábado, enero 05, 2008

Ensayo De Una Prostituta

Ensayo de una Prostituta




En la víspera de año nuevo, para recibir el primero de enero, conversé con una prostituta en el cuarto sucio de un motel, de esos motelitos que con solo mirarlos huelen a sexo, a camas resecas, a baños de desconsuelo.
Me contaba, mientras dejaba caer en el suelo la falda, la blusa y el sostén lo que ella pensaba de la vida; que se acostaba con hombres, con mujeres por dinero, pero que su amor no concebía precios. Me decía, que las mejores ideas nacían en el excusado y terminaban al jalar la palanca que se las habría de llevar por el caño.

Para ella, la vida como su partida le daban lo mismo, que el aborto era un aviso del destino, que fornicaba sin permiso de banquetas, que escribía por las noches en su diario letras de letrina. Las mismas que sabía, se perdían en sonrisas fingidas cada que se para un carro en su esquina, y se las lleva… Se las lleva a ese caño que ahora es el sucio cuarto.

Con una cama que nos espera, con un silencio que aterra, con el remordimiento de saber que no he sido ni seré el primero en su larga lista de espera. Apreté su muslo contra mi cadera, tome su pierna y besé sus rodillas que antes imploraban al hombre con cara de rescate, con hambruna de deseo, con carestía de besos. Que se cansó de esperar una salida, que su vientre era codicia y sus manos la bala pérdida.

No tuve reparo en desabrochar el sujetador de sus medias. Besé su ombligo y me perdí en el monte femenino, enviciado con su olor a cerveza. Monté sobre su espalda mi revolver, tomé por la módica cantidad de un billete encerado su cuerpo. La lámpara del cuarto ilumino bostezos, y con ellos, los suspiros del consuelo.

Llegaron las doce campadas y yo tenía sexo en una cama muchas veces ocupada. Con almohadas ensalivadas por descaro, por urgencia de amor, por insensibilidad en el hueso blando que se hace tieso. Me siguió contando de su vida, mientras descorchaba su virginidad de hace años perdida y la sentí mía. Comí de las uvas excitadas en sus senos, mordí una a una, hasta que se atragantaba mi saliva con su rigidez. Me miraba y la miré humillada, imposibilitada a decirme más palabras. Me besaba y la besé. Correspondí a cada una de sus fantasías y ella hizo posibles las mías.
Le tomé la mano y la lleve al altar de la lujuria, nos casamos en medio de herejías y escupimos a Dios en la cara por hacernos presas de nuestras pesadillas.


Sus ojos eran la luna, y la luna coqueteaba con nuestra amargura. Solté un ramillete de cursilerías y ella agradecía empujando mi cadera a su cintura. La amarraba a mi semilla, le infundía valor a mi decidía. Saqué cuentas y compré todas sus noches de primavera. Agoté mis últimas reservas y le rogué que este año, fuera entero de ella. Le suplicaba en el banquillo de acusados que me castigara, que mordiera mi llanto, que iluminara mis ideas. Que la penetración fuera más allá del sudor compartido, que se posesionara el salitre con nuestras almas abandonadas.

Terminamos casi al mismo tiempo. Ella en un sollozo, y yo en el regazo de oprobios.
Seguía cobrando más, para mantener viva a su familia. Vendía caricias y eso jamás cambiaría. Decía que su vida se reducía a quitarse la ropa a consentimiento de otras personas. Pensaba que la mía, que mi vida, tenía una vaga esperanza, que no la desaprovechara por estar con ella. Me hundí en el firmamento de sus pies y los besé, como si fuera el cabello de María Magdalena. Establecí en su clítoris mi iglesia, comía su hostia, cristo estaba en ella y pedía que me aferrara a su cuerpo con todas mis fuerzas.

Le recé un rosario en silencio, mientras su éxtasis se derramaba entre sus muslos. Tomé paciencia en medio de mi desesperación y la cubrí con el manto sagrado de una sábana que parecía seda. Agradeció que fuera tan sencillo, tan corriente como todos los demás… Me acariciaba el pelo, me besaba el cuello con la misma facilidad, se estiraba hasta alcanzar la lejanía de mis pensamientos. Pasé el primero de enero sin dificultad de recordar. Enajenado me quedaba al jurar que ese día jamás lo iba a olvidar. Minutos después, correspondía a mi aliento en un suspiro de jovenzuela enamorada. De mano sudada en mi pecho, de cosquillas escondidas en lo más sensible de su cuerpo: el corazón.

Siguió la noche, pasó el invierno. Espero que pronto sea primavera y con ella, pueda enseñarme lo que es amar pagando a post fecha.

Le deseo buena suerte, a sabiendas que hoy es cinco de enero. Quizá un trío ha llegado a envolverla en inciensos, en la mirra varonil, en el oro de un buró en el cuarto sucio de un motel, que un primero de enero, ella tuvo a bien compartir con este perdedor de sueños. Le dejo una carta en esa esquina ahora deshabitada, en ella, le relato que mi vida sin su cuerpo de nada me sirve, que probablemente ella me contó su vida en una noche, parte de la madrugada, pero la mía se esfumó desde que me perdí en su mirada.

Ella ganó más que unos billetes, supo ganarse mi alma. Pido al cielo ahora sin estrellas, que me traiga el consuelo y me permita en la próxima quincena, comprar un hueco de su cama, con suerte, hasta un poco de su alma, que ahora, debe estar prisionera en otra mirada, en otros brazos, en otros sueños; compartiendo más de su vida, mientras se agotan las monedas.
Quizá su vida se reduzca a una tarifa, pero la mía, hace mucho que perdió su valía.


Brindo por ella en esta sucia cantina. Porque pueda acordarse de la noche que nos hizo iluminar las despedidas que nunca llegaron, mientras tanto, tomo esta botella, en espera de esa primavera que se me hace tan cansada, tan lejana para mi pobre alma enamorada.



Anónimo
Primero de Enero.





KARLA NEREA VALENCIA
Escrito protegido con
Derechos de Autor.

No hay comentarios: