FORTUNA/PENITENCIAPuedo disparar balas de salva
sobre muertos vivientes.
Puedo atravesar paredes de
libertad condicional...
Pero eso no me haría ser libre.
Puedo invadir territorios inhóspitos.
Derrumbar muros de moralidades
fatalistas.
Pero eso no me haría ser libre.
Yo no sé, entonces:
Qué es la libertad de la que tanto
se presume.
¡Cómo podría haber evitado que todo esto se escapara de mis manos, de mi control! Supongo que debí imaginarlo, que pude haber hecho algo más que estar cruzada de brazos. El tiempo en pasado no me ayuda a pensar, a volver las acciones atrás en una desenfrenada y loca carrera de prevención.
¡Cómo impides que tus sentimientos más ocultos y reprimidos se queden allí: Estancados en el borde de tu estómago y tu cordura! Qué poco dura la satisfacción de control y qué fácil se escurre en tus entrañas cuando has vaciado el veneno que te consumía de a poco, lentamente; carente de acopio estoy hecha un manojo de nervios. Pero me aferro a seguir aquí, viviendo, evadiendo una muerte prematura que en dictada sentencia se me ha impuesto. ¿Qué haces al enterarte que tienes los días contados?
Yo enumero mis días. Para mí no existe lunes o martes, no veo el momento en que suceda un viernes en mi calendario: Son números, todos ellos, simples números que marcan la diferencia entre la muerte y seguir con vida.
Confieso que mi cuerpo ha encontrado la resignación desde este cuarto envuelto de pánico. Las noches son peores. Las mordidas de las ratas se hacen inevitables y llega el momento en que se necesitan, se requiere del dolor físico que imprimen sus dientes para sentir algo, para colocarnos en el plano del mundo donde los demás habitan: donde habitamos. Hoy se han tardado más de lo normal en llegar; las llamo con chasquido de dedos o con susurros de mi aliento. Pero es inútil. Ninguna de ellas aparece.
Me han olvidado o quizá han descubierto que en esta antesala de la desesperanza hay carne nueva, fresca que puedan roer y disfrutar más que mi carne podrida.
Mi cuerpo está en paz, pero no así mi alma. Es aun peor los sentimentalismos que me recorren como una película casera que guarda los mejores años familiares. Arrepentimientos con sonrisas sumisas de mi niñez. La conciencia es como el abrazo frío que mi padre me dio cuando aprendí a guardar el equilibrio montada en la bicicleta. Todavía no encuentro la asociación que pueda tener mi madre en todo esto. Aun no encuentro el hilo delgado que me sostenga a ella en un bello recuerdo.
Incluso con todo este tiempo que he tenido para meditar, para realmente pensar la culpabilidad de mis actos: Nada. Es humo, neblina que no logra disiparse en mi memoria. Ella no está. Nunca ha estado e intento llorar. Soltar aquellas lágrimas que han estado más tiempo presas de lo que mi cuerpo y espíritu lo puedan estar.
Me aferro a esta almohada que surge valiente como mi única compañera. Y lo es, porque no tiene escapatoria, porque no le queda de otra. Somos ella y yo. Le he pintado una sonrisa por ambos lados para recordar lo que es el optimismo en tiempos de recesión. Incluso he llegado a pensar que mi almohada es más feliz que yo.
Mantiene la esperanza de que algún día –ella no sabe contar números- yo ya no esté. Quisiera encontrar como ella una esperanza a la cual sostenerme. Pero es inútil, todo a mí alrededor lo es: Incluso yo.
Y la sonrisa falseada por instantes me lo recuerda. Evita que mi cabeza recorra el largo trayecto de la autocompasión. He sido una «sin utilidad» desde que tengo uso de razón. ¡Pero qué cosas digo! ¡Cuál razón! Si la hubiese tenido y sabido ocupar no estaría delatándome con mis palabras marchitas.
Lo mío nunca fue tener compasión.
Aunque ahora mismo parezca todo lo contrario. Me han obligado estas hojas lanzadas por debajo de la puerta que me mantiene atrapada. Sólo un agujero pequeño en la pared hace las veces de ventana, ventanales como los que había en casa. El hueco de corto diámetro no tiene cortinas, el frío es el algodón estampado de flores que me suspira. Un ave picotea, quizá quiera entrar a mi planeta. Quizá será que el ave esté igual de disparatada que yo. Tal vez busca asilo, tal vez sus compañeras la han desterrado del cielo y ha sido obligada a jamás volver ocupar sus alas. Como yo las he ocultado, pero por voluntad propia.
El paisaje se me terminó. La Tierra se me hizo un cielo que huía despavorido cada que posaba mi lento aleteo sobre el camino. Y así, dejé que la tierra se fuera sin mí. Que siguiera el transcurso aburrido de lo cotidiano.
Yo no pertenezco a ese cielo que muchos intentan devorar al extender sus brazos –ideas- en forma de alas.
Estoy contenta aquí: reconozco todo lo que me rodea y he llegado a superar la dura prueba que taladra en los días soleados (que es cuando más luz entra por mi ingenuo ventanal):
Yo no debería estar aquí.
Así las cosas y así el fatal destino.
-¡Qué es destino!-
Me preguntó alguna vez una compañera que pendía sobre mi tobillo. Nos unía una fraternal cadena.
Recuerdo haberle respondido:
Es llegar a la meta sin haberlo sabido.
Me tiene helada la sola idea de creer haberme creído eso. Entonces conservo la calma y respiro aliviada: Siempre fui gélida. Tanto que a los que les confesaba lo que me pasaba por la mente, por un fraude me tomaban. Soy un timo barato de mis extrañas sensaciones. Un títere que nunca supo cómo cortar los hilos de la mano maestra.
Esto es lo que siempre he sido: Una persona sin utilidad aparente. Una mujer que se cansó de esperar que los sesos construyeran un mejor futuro. Esto es lo que siempre soñé: Hacer la diferencia. ¡Qué he tomado malos caminos! Los hay peores.
Entonces, como si fuera mi turno le pregunté a mi impuesta compañera:
-¿Qué de grave hiciste para caer aquí?-
Y ella respondía:
- Algo que no tiene nombre, pero que cada segundo que lo rememoró hace que valga mucho la pena mi permanencia involuntaria en este lugar.
Semanas más tarde –números menos en mi penitencia- me enteraba que mi compañera había entrado a un hospital, a la sección de maternidad y comenzó a descargar su vendetta contra mujeres embarazadas, contra niños incapaces de poder defenderse. En el juicio perjuró que no se arrepentía de nada por considerar que en ese hospital nacían futuros asesinos. Porque las mujeres eran unas insensatas por pensar que lo que cargaban era más una bendición que una maldición que nos obligaba a apretar más este planeta en el cual vivimos. Mi compañera ahora sueña con ser madre: Para tener a alguien que la vengue.
La historia me hace aferrarme a que en este sitio, en este planeta ¡nadie es inocente! Que, por lo menos, todos cargamos con culpas. Sentimiento inútil la culpa si me permiten comentarlo. La única culpa que pude haber tenido supe asesinarla el día que me asesiné a mi misma.
Intentaron de todo: Pastillas, descargas de electricidad en la sien, terapeutas; incluso mostrarme imágenes de personas que fueron peores que yo y que tuvieron el final que a mí me espera. Mi estómago se río y fue mi turno de perjurar que no sentía el mínimo remordimiento.
Que por qué estoy aquí.
Por existir.
No puedo confesar los crímenes que cometí, porque hacer justicia, no es para mí siquiera la más cercana definición de crimen.
Que por qué estoy aquí pregunto a las paredes que me encierran. Pero no obtengo respuesta.
«Porque existes»
querrán decirme.
Ellas han logrado dibujarme dos sonrisas: Una en mi pecho y la otra en mi espalda.
La primera la uso para restar mis días. La segunda para recordar que todo valió mucho la pena.
¿Remordimientos? Ninguno. Lo único que me hace sentir desanimada es que las hojas se van agotando y este lápiz no puede ayudarme a resucitarlas. Les di un poco de esperanza al saberse serviciales por una causa. Sea buena o sea mala, de mi ya no depende.
¿Quién podría darme una respuesta acertada? ¿Ustedes? ¡Oh, quizá no sea una buena idea, después de todo ya lo dijo mi compañera: Aquí nadie es inocente! Ni usted ni yo.
¿Por qué sigues leyendo entonces si no puedes obtener respuesta alguna entre esta poza de mierda? Cada quien elige su meta…Dudo mucho que la tuya sea meterte en mis asuntos.
Mis números están cada vez más apresurados en continuar a la baja. Me faltó espacio…
Ya siento que me llaman…No tengo miedo. No creí que fuera así de rápido…
¡Sí, sí…es mi nombre! Un paso adelante… ¿Y cómo es que sigo redactando si supuestamente debo estar muerta?
La muerte apareció triunfal, Sí.
Pero no para una servidora leal para con ella.
Las cuentas y números están ajustados ahora. Me he permitido comprar un poco más de tiempo. En esta cacería no seré yo la que caiga atrapada primero: Y eso ¡jurado está! ¡Quién para juzgar lo que fue hecho!
Debo partir ahora, dejar la habitación justo como la encontré. Y llevar conmigo a mi fiel amiga: Mi almohada que me ha inyectado con su descarado optimismo.
Mi vida ahora es un respaldo sonriente y ahogado por las lágrimas que me recorren por saberme una mujer libre, tan libre que no necesito paredes que me encierren para desearla. La ansiada libertad de la que muchos no pueden presumir.
¿Qué actos debemos cometer para obtener la libertad?
Firma:
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Karla Nerea Valencia