«Conversación Con Mi
Amigo Bohemio: Primera Parte»
Decían que estaba muerto. Que del viaje jamás se recuperaría, es más, que jamás de los jamases habían visto caso semejante en que el viajante regresara. Yo me quedé con la resignación de su partida en la cual, intuía, el nunca volvería. Pero volvió y cuando lo hizo fue para contarme las tantas cosas que ocurrieron en su viaje. Y qué lo hizo viajar en primer lugar, a priori de cualquier suposición. Nada. En nada se fue y en nada volvió. Lo que ocurrió fue que antepuso la calidad de la mala hierba a su calidad de vida, la cual hizo corto y le quitó, por lo menos, la mitad de su vida. Mas está claro que la vida también está llena de sorpresas y ésta, su vuelta, es una de ellas.
Cuando me lo contaron apenas y podía creerlo. Mi amigo de años que cargando a cuestas más de lo doble me abría la puerta y yo, como la parábola de «el hijo prodigo» regresaba al lugar donde realmente me sentía en casa, donde con silencios largos me sentía comprendida como en ningún otro sitio pudiese estarlo. Y todo se lo debo a él. A los sustos, a los miedos, al incomprensible diálogo de dos enamorados sin estarlo.
Recorriendo las cortinas que cubrían la sala se vislumbraba ante mí la visión de un nuevo mundo, un continente americano más primitivo que el primero encontrado.
En la mesita de centro: cucharas oxidadas, ligas olvidadas, jeringas por cien veces ocupadas. El opio al natural, el agua, el encendedor, los brazos y volamos.
En el sillón: dos ocupantes entrelazados. No había sitio para vivir privados de la aventura de unos labios que van rozando la constelación de imágenes pensantes de sí mismas. Era yo, pero no estaba en mí. No espero que alguien pueda comprender lo que se siente estar en un universo superior, mejor al que ahora ocupamos como incómodos unos con otros.
Todo lo demás: Vacío.
Para qué… Preguntamos una y otra vez: Para qué… Nada hace falta, nada nos sobra, nada conservamos más que los momentos atesorados en la memoria que por ratos ya nos va fallando. Mientras tanto: Para qué… Para qué la música de fondo que desde hace rato no escuchamos. Para qué la ropa si nuestros cuerpos están cálidos en esta escena arrancada al futuro. Para qué… Para qué los zapatos si estorban para caminar en el espacio. Para qué… Para qué vivir ambicionando lo que en la muerte habremos de perder… Si desde ahora estamos más perdidos que cuando nacimos. Para qué… Para qué preocuparme si vivo o no en el vicio. Para qué…
Pregunta simple y seca de la que todos tenemos una respuesta que a nadie satisface… Para qué callarme, para qué vivir sintiendo pena… Para qué la culpa, para qué el remordimiento, para qué…
Y el umbral interno de ambos cuerpos una ventana se abre y nos espía con un ojo de camaleón. Cambia de status y de color. Cambia el iris y la razón del por que nos observa en este techo bajo fuego. Las espirales que va creando nuestro aliento nos inundan y conversamos sin vernos. Le cuento que mi vida no es la milésima parte de lo que mis padres planearon. Que soy deshonra y envidia. Que soy la bala perdida. Y él, que está a mi lado, mi soldado caído, sin nombre, sin familia.
Me repite: Qué utilidad… Lo callo con un beso antes siquiera de terminar la frase. Lo sé, lo entiendo: Que nadie es el contento de lo que se aspira. Que nadie es el sueño hecho y derecho de unos estudiantes enamorados en un campus soberbio. Quizá comprendo que desde mi infancia jamás quise convertirme en eso: En la modelo, en la diva de alcantarillas lujosas.
Efectivamente el perro de cuatro cabezas –pues se dice que piensa con los pies- seguía recostado bajo el sofá donde no permitió sentarnos. Los ladridos casi desesperados nos desterraron del lugar imaginante producto del opiáceo y desperté con más dudas, muchas más con las que llegué en primer instante.
Después, Federico se levantaba de su cama alfombrada y voló a la esquina superior de la repisa situada en la cocina. Había galletas, galletas y vino. Comió, bebió y yo conversando con mi amigo. Le dije: ¡Qué el perro está volando! Y su respuesta: Lo hace siempre que hay visitas. ¡Qué circo! ¡De locos!
Descubrí que el pensamiento es incesante y perdido. Está a la espera de alguien que pueda encontrarlo y arrebatarlo del infinito. Y me pregunto al mismo tiempo que Federico vuelve a su alfombra:
¿Cuántos pensamientos no estarán por ahí perdidos, esperando y esperando, por poderse encontrar?
¿Cómo los encuentro?
¿Cómo los hemos perdido?
Porque para que alguien pueda encontrar algo primeramente tuvo que estar perdido y a su vez, haber tenido un dueño al que se le hubiesen extraviado.
¿Quién los extravió en el infinito?
¿Cómo sé que no estoy volando en la mente de ese ser olvidadizo?
¿Cómo saber si nosotros no somos los pensamientos perdidos?
Cosas que hubiera querido imaginar pero jamás vivir. La palabra fuerte, mejor dicho y escrito: Las dos palabras fuertes que suenan como Apocalipsis para la fecha que viene (14 de Febrero)…Y me veo hace unos años cuando salía de una tienda con botellas de licor, con una mujer, amiga por compañía y un taxista que me reveló que encontraría tarde que temprano lo que estoy pasando hasta el día de hoy.
¡Qué profeta!... Ojala que me lo vuelva a encontrar… ¿Dónde estará?...
Y por qué a estás alturas del relato se nos ha olvidado el perro, Federico. Por ejemplo, cómo es que Federico llegó a la vida de mi amigo si éste claramente nos ha dicho que pasó cuatro meses en un hospital, en coma. Qué tiene que ver Federico en todo esto, por qué lleva por nombre Federico. Incluso se nos ha ocurrido que el personaje canino estuvo ahí desde un principio como algo normal, como un actor secundario queriendo arrebatar el primer puesto. Qué utilidad…
A Federico nadie lo trajo, él encontró el camino solo. Y para haberlo encontrado lógicamente se puede deducir que en primera instancia, en cierto punto del recorrido, lo perdió. Quién puede culpar a un simple perro por vagar en el omnipresente destino.
- ¿Y? ¿Dónde está?
- Dónde más… Está durmiendo por ahí, en el sofá.
- ¿No estará enfermo?
- ¿De qué?
- No lo sé; de lo que sea, de lo que no sabemos.
- ¡Qué va! Sí tan sólo es un soñador.
- ¿A poco tiene sueños?
- ¡Pues claro! Quizá en este momento está soñando que estamos hablando tú y yo.
- No sabía de algún caso en que un perro fuera un soñador.
- Entonces no conoces a muchos perros, ¿cierto?
- No.
- Eso lo explica todo.
- Pero, ¿y si está enfermo?
- Me lo diría.
- ¿Acaso el perro habla contigo?
- Todos los días.
- ¿Y qué te dice?
- Que no lo moleste, que está soñando.
- Ah.
CONVERSACIÓN CON MI
AMIGO BOHEMIO
SEGUNDA PARTE
AMIGO BOHEMIO
SEGUNDA PARTE
Decían que estaba muerto. Que del viaje jamás se recuperaría, es más, que jamás de los jamases habían visto caso semejante en que el viajante regresara. Yo me quedé con la resignación de su partida en la cual, intuía, el nunca volvería. Pero volvió y cuando lo hizo fue para contarme las tantas cosas que ocurrieron en su viaje. Y qué lo hizo viajar en primer lugar, a priori de cualquier suposición. Nada. En nada se fue y en nada volvió. Lo que ocurrió fue que antepuso la calidad de la mala hierba a su calidad de vida, la cual hizo corto y le quitó, por lo menos, la mitad de su vida. Mas está claro que la vida también está llena de sorpresas y ésta, su vuelta, es una de ellas.
Cuando me lo contaron apenas y podía creerlo. Mi amigo de años que cargando a cuestas más de lo doble me abría la puerta y yo, como la parábola de «el hijo prodigo» regresaba al lugar donde realmente me sentía en casa, donde con silencios largos me sentía comprendida como en ningún otro sitio pudiese estarlo. Y todo se lo debo a él. A los sustos, a los miedos, al incomprensible diálogo de dos enamorados sin estarlo.
Recorriendo las cortinas que cubrían la sala se vislumbraba ante mí la visión de un nuevo mundo, un continente americano más primitivo que el primero encontrado.
En la mesita de centro: cucharas oxidadas, ligas olvidadas, jeringas por cien veces ocupadas. El opio al natural, el agua, el encendedor, los brazos y volamos.
En el sillón: dos ocupantes entrelazados. No había sitio para vivir privados de la aventura de unos labios que van rozando la constelación de imágenes pensantes de sí mismas. Era yo, pero no estaba en mí. No espero que alguien pueda comprender lo que se siente estar en un universo superior, mejor al que ahora ocupamos como incómodos unos con otros.
Todo lo demás: Vacío.
Para qué… Preguntamos una y otra vez: Para qué… Nada hace falta, nada nos sobra, nada conservamos más que los momentos atesorados en la memoria que por ratos ya nos va fallando. Mientras tanto: Para qué… Para qué la música de fondo que desde hace rato no escuchamos. Para qué la ropa si nuestros cuerpos están cálidos en esta escena arrancada al futuro. Para qué… Para qué los zapatos si estorban para caminar en el espacio. Para qué… Para qué vivir ambicionando lo que en la muerte habremos de perder… Si desde ahora estamos más perdidos que cuando nacimos. Para qué… Para qué preocuparme si vivo o no en el vicio. Para qué…
Pregunta simple y seca de la que todos tenemos una respuesta que a nadie satisface… Para qué callarme, para qué vivir sintiendo pena… Para qué la culpa, para qué el remordimiento, para qué…
- Querrás decir: ¿Qué utilidad tiene?
- Pero me has entendido… ¿no?
- Pero que tal si nadie más lo hace…
- En ese sentido, ¿debería preocuparme?
- No, no realmente. Pero querrás preguntarte si es necesario expresarte correctamente para ser entendida.
- Ni yo misma me entiendo.
- Porque ni tú misma entiendes lo que sabes y con todo, lo quieres expresar.
- Eso duele.
- Dolería más que no dijeras nada. Para eso estamos…Para comprendernos.
- Ya nadie se preocupa de eso.
- ¿Y qué utilidad tiene preocuparse?
- Entiendo.
- Lo sé.
Y el umbral interno de ambos cuerpos una ventana se abre y nos espía con un ojo de camaleón. Cambia de status y de color. Cambia el iris y la razón del por que nos observa en este techo bajo fuego. Las espirales que va creando nuestro aliento nos inundan y conversamos sin vernos. Le cuento que mi vida no es la milésima parte de lo que mis padres planearon. Que soy deshonra y envidia. Que soy la bala perdida. Y él, que está a mi lado, mi soldado caído, sin nombre, sin familia.
Me repite: Qué utilidad… Lo callo con un beso antes siquiera de terminar la frase. Lo sé, lo entiendo: Que nadie es el contento de lo que se aspira. Que nadie es el sueño hecho y derecho de unos estudiantes enamorados en un campus soberbio. Quizá comprendo que desde mi infancia jamás quise convertirme en eso: En la modelo, en la diva de alcantarillas lujosas.
- ¿Y tú? ¿A dónde fuiste?
- Dicen que no me moví del hospital por estos cuatro meses. Que no viví –ironía- la navidad, que me perdí del año nuevo y sin embargo, las enfermeras me recordaban lo que es la virilidad.
- ¡Mentiroso!
- Lo ves, puede ser verdad o como has predeterminado: una simple mentira. Pero es mucho más interesante que estar contando que me la pase confinado a una cama sin tener movimiento, sin poder hablar, sin poder pensar más allá de mis sueños.
- ¿Cómo es que pudiste regresar?
- ¿Tan rápido desistes de tu primera pregunta?
- Quizá porque sé que no me lo dirás.
- Es tu problema, nunca te adelantes a los hechos. Las personas te pueden sorprender.
- ¿Qué te ha sorprendido de mi?
- Y ya olvidaste dos.
- Pero en esta tercera he de persistir.
- Lo que me ha sorprendido es que sigas aquí.
- ¿Por qué?
- Porque el efecto se ha acabado.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque el perro ha dejado de soñarnos.
Efectivamente el perro de cuatro cabezas –pues se dice que piensa con los pies- seguía recostado bajo el sofá donde no permitió sentarnos. Los ladridos casi desesperados nos desterraron del lugar imaginante producto del opiáceo y desperté con más dudas, muchas más con las que llegué en primer instante.
- Creo que estoy muriendo.
- Yo lo estuve por cuatro meses y puedo decirte que no estás muriendo.
- No me siento. No me reconozco.
- Deberías acostumbrarte.
- ¿Así será siempre?
- Siempre que lo necesites: Sí.
- ¿Por qué ladra Federico?
- Porque ha vuelto.
- ¿De dónde?
- Pues del sueño.
- ¿Cuál?
- En el que tú y yo estábamos viviendo.
Después, Federico se levantaba de su cama alfombrada y voló a la esquina superior de la repisa situada en la cocina. Había galletas, galletas y vino. Comió, bebió y yo conversando con mi amigo. Le dije: ¡Qué el perro está volando! Y su respuesta: Lo hace siempre que hay visitas. ¡Qué circo! ¡De locos!
- Todos lo estamos.
- ¿Hablarás ahora de o como Alicia?
- No, claro que no… -risas-, Lewis ya lo escribió todo.
- ¿Y no habrá un poco de locura por ahí esparcida?
- ¡Claro! Nos la acabamos de inyectar.
- Eso no es locura.
- ¿Entonces qué es?
- Es vicio.
- Lewis era un adicto.
- Que yo sepa no se inyectaba heroína.
- Era adicto a pensar.
- ¿No lo somos todos?
- No como él.
- Ah.
Descubrí que el pensamiento es incesante y perdido. Está a la espera de alguien que pueda encontrarlo y arrebatarlo del infinito. Y me pregunto al mismo tiempo que Federico vuelve a su alfombra:
¿Cuántos pensamientos no estarán por ahí perdidos, esperando y esperando, por poderse encontrar?
¿Cómo los encuentro?
¿Cómo los hemos perdido?
Porque para que alguien pueda encontrar algo primeramente tuvo que estar perdido y a su vez, haber tenido un dueño al que se le hubiesen extraviado.
¿Quién los extravió en el infinito?
¿Cómo sé que no estoy volando en la mente de ese ser olvidadizo?
¿Cómo saber si nosotros no somos los pensamientos perdidos?
- ¿Cómo neuronas formando un conjunto y a su vez, un cerebro enorme?
- ¿Es que me has leído la mente?
- Es fácil observar lo que tienes escrito en tu mirada, en tu frente, en tu cabello que aletea y oculta tus pendientes.
- Son los que tú me regalaste.
- Lo sé… Por ti vivo.
- ¿Y de ti, quién vive por ti?
- Tú haces que viva y eso es suficiente.
- ¿Regresaste por mí?
- Con esa pregunta respondes tu segunda hecha más arriba.
- ¿Arriba?
- Sé que escribirás nuestra conversación.
- Sí, así tal cual se desarrolle.
- Confío en tu memoria.
- Entonces, ¿Cuándo contestarás mi primera?
- Cuando resulte un momento igual de espontáneo.
- ¿Y si te digo que te amo?
- Sabrás entonces que así he podido regresar.
- De la mano del amor…
- De tu amor.
Cosas que hubiera querido imaginar pero jamás vivir. La palabra fuerte, mejor dicho y escrito: Las dos palabras fuertes que suenan como Apocalipsis para la fecha que viene (14 de Febrero)…Y me veo hace unos años cuando salía de una tienda con botellas de licor, con una mujer, amiga por compañía y un taxista que me reveló que encontraría tarde que temprano lo que estoy pasando hasta el día de hoy.
¡Qué profeta!... Ojala que me lo vuelva a encontrar… ¿Dónde estará?...
- Manejando para no desviarse de su verdadero propósito.
- ¿Cuál?
- Conocer…
- …Y aconsejar.
- El vive atrás de un volante para conducir personas hacia el destino que le señalan.
- Y nosotros, vivimos atrás del destino que nos conduce hacia personas señaladas.
- Te has llegado a preguntar… ¿Por quién son señaladas?
- Tal vez, por los pensamientos en el infinito.
- Has aprendido.
- Lo sé.
Y por qué a estás alturas del relato se nos ha olvidado el perro, Federico. Por ejemplo, cómo es que Federico llegó a la vida de mi amigo si éste claramente nos ha dicho que pasó cuatro meses en un hospital, en coma. Qué tiene que ver Federico en todo esto, por qué lleva por nombre Federico. Incluso se nos ha ocurrido que el personaje canino estuvo ahí desde un principio como algo normal, como un actor secundario queriendo arrebatar el primer puesto. Qué utilidad…
A Federico nadie lo trajo, él encontró el camino solo. Y para haberlo encontrado lógicamente se puede deducir que en primera instancia, en cierto punto del recorrido, lo perdió. Quién puede culpar a un simple perro por vagar en el omnipresente destino.
Escrito:
Karla Nerea V.
Karla Nerea V.
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