sábado, marzo 07, 2009

«DOS»



I am no longer sure of anything.
If I satiate my desires,
I sin but I deliver myself from them;
if I refuse to satisfy them,
they infect the whole soul.

- Jean-Paul Sartre




DOS


A tal extremo llegó la relación que mantenían los dos que fue más importante aferrarse a una excusa que obedecer una razón. Una razón convincente. Una razón determinante, fulminante que decretase sin medias tintas ni indirectas su reciente ruptura.

Ahí quedaron lo dos. Sentados uno al lado del otro sobre el sofá que por varias noches sirvió de vigía incondicional, como un faro nocturno guiándolos, y ahí está ese mismo sofá observando como naufragan, observando como pierden el camino, observando como poco a poco se va hundiendo el barco que hasta esta noche los mantenía a flote.

Dos desconocidos que sabían a perfección la debilidad de cada uno. Dos extraños que esperan juntos el amanecer para resignarse y despedirse. Para susurrarse un adiós que quizá sea definitivo, declarado por última vez. Por última vez.

Y así, por siempre jurarse en un pacto silencioso que jamás se volverán a ver. Que intentarán por todas las vías desviar un encuentro fortuito, casual. Evitando concurrir los lugares que ambos disfrutaron. Evitando transcurrir esas calles por las que juntos caminaron sostenidos de las manos. Sí, el amanecer llegaría muy pronto.

Que acabe de una buena vez con este olor a sufrimiento que la habitación transpira. Que llegue este nuevo amanecer conciso, certero para terminar con esta pesadumbre que a todas luces los dos están sintiendo. Ninguno de los dos soporta ya la presencia del otro. Forajidos en cuartos blindados contiguos. Con su esencia derrotista. Con su decadencia, nuestra decadencia compartida pero inaceptable, factorizada en: Negación constante.


Me observa de reojo, casi puedo sentir esos ojos fijos y siniestros recorriendo mi cuerpo. Tal vez desea conservar mi imagen tal cual es en esta noche, por última vez. Por última vez.

Me propongo seguir firme sobre mi decisión. No ceder. Quien no tiene el valor de sostener una decisión dolorosa, fuerte en su primera vez, casi por ley natural, volverá sobre los pasos andados, volverá para caer repetidas ocasiones sin querer. Sin siquiera notarlo. Negando. Negando que pueda llegar por fin una aceptación que nos quite la venda que caía sobre nuestros ojos. Aceptación que nos muestre el error. Que nos humille con la revelación de sabernos imperfectos, de sabernos simplemente como somos.

Cuál es ese extremo al que hemos llegado. Dónde está la línea que nos hizo detener los pasos. Dónde está el muro, la pendiente, el abismo, el océano, la grieta que detuvo nuestros sueños conjugados. Nuestras ilusiones. La brecha que nos ha truncado esa meta a la que nunca aspiramos. Incluso así, en silencio, cortados por el mutismo espeso del ambiente quejumbroso siento que pierdo mi convicción. Siento casi jurar en mi interior que puedo perdonar el error, nuestro error.

Pero su mirada ya no disimula, está prendida por el foco que ilumina nuestras coronillas. Nuestra aura marchita. Nuestra mala hora estampada en el reloj de pared que suelta sin resquicio y con placer las doce campanadas. Ahora falta incluso menos para ese amanecer que esperanzados deseamos.

Y no tenemos más esperanza que la de amanecer los dos despegados, sin conciencia alguna de conocimiento hacia ambos.

Que con el primer rayo del sol que traspase está habitación -por la ventana que ahora tenemos como fondo en este escenario denigrante- converja la amnesia a nuestra mente, a nuestros corazones.

Ninguno de estos dos jamás se conoció. Jamás estos dos bebieron hasta altas horas de la noche el licor que los arrebató de su conciencia, que los desbocó a los brazos del amor: En fiebre de obsesión. En romántica pasión delirante.

En delirios agudos debajo de las sabanas de fuerza. Presos estos dos en una cama. Presos estos dos por las flechas que sucumbieron ante su impertinencia. Ante la indecencia de una relación que hoy germina en dolor que los tortura. Que los calcina sin esa fiebre, que los apresa sin esos brazos, que nada aquí ya es romántico y de delirio en delirio ese licor de rubores se agotó.

Cuál es ese extremo que siempre los sostuvo en cuerda floja. Dónde quedó esa libertad que siempre presumió de valor. Dónde quedó la firmeza por protestar a favor de una buena convicción, a favor de justos ideales.

Todo se nos terminó y ahora, aquí, sentados los dos en el sofá, puedo llegar a convencerme que todo fue un embauque de nuestra irrisoria ilusión. Alguien de nosotros dos se burló: desde lo alto, por lo bajo, traspasándonos sin piedad, sin misericordia por el amor que alguna vez nos habitó.

El de arriba es sordo, el de abajo es ficción. Mudos permanecemos. Mudos habremos de quedar estampados en una eternidad que no veremos llegar en el final de los tiempos. Siendo una ironía de las risas, de los llantos, de los santos que habrán de encontrarnos absurdos y ridículos. Seremos escándalo, escarnio, discusión que ofusca, discusión que provoca bochorno. Seremos Prometeos en tierra de nadie. Seremos nadie en conversaciones de algunos.

En este ahora, sin palabras que me sostengan observo acaso de reojo. Busco lo mismo que pudo su aquella mirada buscar: Atesorar, guardar la su imagen tal cual es en esta media noche por última vez. Por última vez.

Es inevitable recordar: Los tibios talones rozando por encima de mis pies. Las suaves rodillas pegadas a la espalda de las mías. Formando un arco que une. Una tangente que dispersa su emoción a través de mi columna vertebral. Un vértice perfectamente delineado entre su ombligo y mi cintura y debajo de ambos el mástil por guía, por puente, por unión.

Mi espalda contra su pecho, contra natura. Sus brazos apenas sujetados a los míos. Sus sueños humedecidos en los míos. Su respiración en mi nuca. Sus palabras de convencimiento. Su aliento insurrecto. Es inevitable recordar que alguna vez los dos, enamorados, perdimos el tiempo.

Los dos perdidos en la sedición. Los dos juzgados y crucificados en el monumento a una revolución que jamás existió y siempre perdió. Perdidos en ambos flancos. Situados en una campaña contra la prestidigitación. Sin sorpresas. Sin balanzas. Sin miradas acusadoras. Sin religiones opresoras. Sin padres. Sin lugar ni dirección. Perdidos que perdieron antes de adentrarse en el laberinto, antes de mostrar las cartas, antes de empuñar las armas, antes de escribir discursos para derribar cadenas. Encadenados por la añoranza.

Encadenados por este sofá que se niega a demostrar que han pasado varias horas, varias tardes, varias noches, varios días…Han pasado los años adoquinando una despedida que necesitamos ambos.
Pero advertido quedó: que siempre es mejor aferrarse a una excusa que obedecer una razón.




Escrito:
Karla Nerea Valencia

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