sábado, enero 24, 2009

«De Cuando La Canción Acabó...»




Sentada en el alto taburete, inclinada con los brazos
recargados sobre su guitarra la mujer se duele.
Lamenta que sus mejores años se hayan pasado y ahora
quede en la banca rota de la fama.

La fortuna siempre sonreía hasta aquella noche en que
la melodía empezó a desentonar.
Una canción que se cansaba de sonar…
¿Cuántas veces ha ocurrido algo así?
Hasta aquella noche la mujer lo desconocía y
se encaraba de frente con la frustrante realidad:

El talento se había esfumado tan rápido como llegó.



UNA CANCIÓN ACABO


Salió de un país con vista al mar cuando cumplió sus dieciocho años; con todas las ganas de escapar y de en otros lugares triunfar. Lejanas tierras conoció pero nada le agradó tanto como aquella ciudad del Santo y seña al que olvidó rezar. Yo la conocí cuando empezaba medianamente a padecer los sabores de la gloria. Canciones pegajosas sonando en la radio local, presentaciones substanciosas en canales de poca monta y el mismo bar que ayudó a fundar. El bar que noche a noche era testigo de aplausos, gritos y armonía con la música. Se podría presumir que la fama comenzaba a disfrutarse: Personas esperando a la salida por verla sonreír, por un saludo de mano, por una fotografía con ella.

Dios las hizo y ellas se juntan.


La almohada, la sedosa cama suave y el roce de su piel: La mejor terapia para una madrugada. Notaba las sabanas empapadas, fue sudor, fue éxtasis lo que nos cubrió. La noche de nuestro gran amor. Tan extraviadas, tan insensatas…Tan llenas de juventud. Empapadas las almohadas…De llanto, de lágrimas derramadas por ambas. Le aposté al mejor sentimiento que pudo traspasar mis recuerdos. Apunté con mi dedo mágico a su llaga y la perforé. Amé tanto su pulso a ritmo como las canciones que entonaba hasta que esa mañana mudo de piel, de actitud, de sentimentalismos poco profundos.

La guitarra se pasaba horas callada. La mujer, la marioneta de la música se cansó de gritarle al mundo que se lo quería comer. Cedió por un puñado de labios, por un puñado de cuerdas de plata y un disco de oro.

«Dime qué se siente… Dime qué se siente tenerlo todo y al día siguiente perderlo…»
Le preguntaba con inocencia mientras compartía su cama. El bar quedó en segundo plano… Los aplausos que ya no eran necesarios, los programas en televisión, la radio se hundió como lo haría un barco oxidado de tanto navegar en la sal. Quedaban solo fotografías pegadas en un restirador mental. Y en esas fotos: Nosotras dos.

Un tatuaje inmenso recorriendo su espalda. Eran alas y en ellas, miles de palomas firmándolas.
«Cuándo te lo hiciste…» Insistiendo en mis dudas, queriendo conocerla de pies a cabeza como en tantas madrugadas a oscuras…
«Lo tengo desde que decidí volar sin rumbo fijo y en cada paloma viene escrito un deseo… El cual he cumplido cabalmente desde el día que te conocí…Amar…Amar para olvidar por lo que he vivido…»

Supe que no me dejaría, que no quedaría ninguna pregunta sin responder.
Y en las noches, ¡Oh! En las noches éramos envidia de los dioses. El universo quedó al descubierto cuando en las estrellas nos lográbamos vislumbrar. La sostenía con mis brazos para que no se fuera a escapar… Supe que jamás me abandonaría… Pero nada puede detener a la suerte…Su voz comenzaba a apagarse y sabía que lo que la mantenía viva era cantar… Le regalé una guitarra que un famoso cantante tiró en los suburbios y la guitarraza sonaba y sonaba todas las tardes, todas nuestras noches.

Tenía su encanto dormir con la inspiración hecha canciones…
«Cómo lo logras…Cómo lo haces…» Y ella respondía: Es como tocar con las yemas de mis manos tu cintura… «Cómo nace…Cómo se hace esto canción… No lo sé…»

El amor es un velo de novia abandonada en la entrada de la iglesia… Y el fuego jamás se apagaba. Nuestras ganas, nuestras charlas apasionadas jamás se apagaban. Supe que nada nos separaría… El cielo se enjugaba los últimos acordes y por las noches los tocaba. Así, nuestra cama, nuestro romance era una canción que jamás terminaba.

El bar quebró. Los programas, la radio mudó su programación. Mi amada quedaba olvidada, pero no en nuestra cama. Ella volvía a renacer, volvía con más fuerza que antes y al tomar la guitarra comenzaba a recordar el por qué de su vida, el por qué de seguir siempre unidas.
Hasta que un día la nueva guitarra calló como lo hizo la guitarra antigua… Mi amada entristeció.

Una canción más que terminó.
Nos volvimos a encontrar años después en una cantina donde borrachos pedían y pedían –además de licor- una nueva canción que fue creada con partituras del pasado. El pasado que nos unió. En la canción se relataba el amor de dos, el amor juvenil que nada lo detuvo ante un colchón. La canción hablaba de ella, de mí…De lo que el recuerdo dejó. Sin sabores de dicha, de desgracia, de ingratitud.

Yo salí de la cantina por pavor, por pudor, por no tener noción del tiempo que perdí buscando un nuevo autor que aliviase mi soledad. Supe entonces, que ella seguiría siendo la indicada… Supe que jamás debí dejarla cuando salí a comprarle una nueva guitarra pensando que la del error era yo. Pensaba –y sin tratar de encontrar justificación- que era yo el mayor obstáculo para su carrera ya terminada… Estaba enferma, enferma por la carencia de valor… Yo no podía comerme el mundo, yo no podía volar con alas ajenas. Y mis aves olvidaron alimentar mis ansías de correr tras las nubes.

Me senté en una fría banqueta con la lluvia de agosto. Eran los dioses que se vengaban por nuestra pasada insolencia de sabiduría cuando nada atinamos a saber. Las gotas caían sobre mi cabeza y otras más de sus ojos hacia sus mejillas.

Obtuvimos nuestro castigo ofrendado en una canción que jamás habló de las dos…Si no de algo más que jamás pudimos crear: Amor.



A Ella.


Escrito:
Karla Nerea V.

1 comentario:

arsoivan dijo...

gracias por compartir tu escrito princesa Karla, en definitiva me encanto, que tengas un lindo día.