
El Báculo Del Pastor III
«Cartas Desde Prisión»
«Cartas Desde Prisión»
La noche eterna... Sí, así le llamaría a este desconsuelo en el que he venido viviendo, Sí, probablemente sea el título exacto para alguna obra de teatro en un país lejano, con actores todos ellos cansados, con actrices muchas de ellas olvidadas, Como olvidada he estado yo desde hace muchísimos años:"No hay mal que dure cien años ni tonta que lo soporte", ésto dicho en palabras recatadas, que el lector amablemente sabrá excusar en lo vulgo de mi lenguaje y tan corto del mismo. Todo se me ha pasado de largo, todo se me ha ido acabando, las fuerzas, las ganas, hasta el mismo llanto cansado de cada madrugada, de cada día, de cada tarde... ¡Pero qué digo! Aquí no pasan nunca los días, ni las madrugadas, ni las tardes... Así, sin orden, sin secuencia, así... Una noche eterna, de penumbra de oscuridad de un negro infinito, como ceguera consumada a la vista, como la venda atada en la justicia... La justicia es ciega, Sí... Pero para los que cargan culpas, delitos y no se les castiga... La justicia es injusta e impune, valga nuevamente la disculpa al pleonasmo. Cómo lo sé yo... Porque así he vivido en todos estos meses que ya no sé si ahora sean años o simplemente ya estoy muerta y desde el otro lado, estoy contemplando de 'lejitos' mi vida... Si es ése el caso, por qué sólo se me muestra lo más cruel, lo más malsano, lo despiadado en que viví aquellos, estos años que no tienen pies ni cabeza, si es que alguna vez se les ha encontrado algo...
Una noche eterna, un silencio nefasto, sepulcral... Después de todo, aquí todas estamos muertas y las que no, poco les falta para que la resignación caiga sobre sus cabezas huecas, aún llenas de esperanza, de ilusión de poder encontrar una salida al final de ese pabellón donde habremos de terminar todas:"Ojos que no ven, corazón que no siente"; lo que antes vieran mis ojos de aquel mundo que decidí perder ahora ya no lo recuerdan, y del corazón, qué más me da, si nunca lo he sentido y nada tiene éste para sentir. Preguntarás que si el fatalismo es simplemente por masoquismo o por caricia del orgullo, preguntarás si he sido feliz con tanta afirmación a mis cuestiones a mis dudas lógicas y yo, si acaso, con la ceguera muda de mis movimientos te responderé que nada viene al caso, que aquí nada tienes para ver y que ha sido un desperdicio que te hayas tomado el tiempo de venirme a ver. Pero para qué podrías tú venir a verme, a mí, a lo que me he convertido, a lo que ahora soy por gusto propio. Te importaría dejarme sola un rato, te preguntaré y tú, con ese gesto ofendido del remordimiento de invasor, te levantarás callado de esa silla que ha estado frente a mí y yo no puedo ver, me verás con un desdeño de entre lástima y rencor y tus pasos se escucharán allá, en lo más hondo e infinito de esta noche que por siempre vivo.
La mujer muerta, la mujer fantasma, la que murió sin ser amada hace ya unas cuantas décadas, de la que muchos se olvidaron de la que muchos jamás vieron, pero que saben que existió y ocupa un sitio lejano, allá, en lo más alejado de su convivencia interna. Estoy hablando de una cárcel, que más que cárcel, parace manicomio...Estoy relatando en honor a todas esas voces silenciadas que se han quedado así, por pereza de hablar y al momento de volver a intentar emitir palabra, ésta no llega porque se ha borrado de la mente esa costumbre oral. Así me sucederá si no es que me ha sucedido ya, cómo notarlo, cómo averiguarlo si todos permanecen mudos y sin embargo, escucho gritos que ya no entiendo, escucho esa voz desgajada con lágrimas y titubeante que me suplicaba que hiciera algo para dar marcha atrás a lo que hice... Pero qué hice, más que devolverle la vista a la justicia. Está muy mal empleada esa imágen prozaica de una mujer vendada, con la espada, con la báscula, siempre ultrajada, siempre violada una y otra vez, sin tregua sin desdén sin cesar.
Si una imagen he de darle, sería la de una mujer alzando los puños al nivel del pecho, preparada para cualquier golpe ya sea éste alto o el más bajo, la pondría sobre un tablero blanco y negro, para connotar su inteligencia y perspicacia, sin ninguna venda que cubriera sus ojos, sin gafas que empañaran su visión de la realidad o lo más cercano a ésta. ¡Qué tonterías digo, escribo! Hablando yo de realidad al lector, cuando supongo que éste, tan hipótetico como probable sabrá más que yo de lo que aquí le cuento sobre aquélla, Sí, sobre aquélla que yo ya no recuerdo por pereza.
Lo que aún tengo muy presente es ese llanto desconsolado -y nuevamente más pleonamos, pero es intencional, no se preocupe el lector de posibles errores-, con la tonalidad del rojo impregnada en mis manos... Y esas palabras preguntando: Por qué lo hiciste, por qué lo hiciste... Y mi respuesta a secas: Porque te amo. Lo demás son secuencias borrosas, memorias esparcidas en lagunas vaporosas, fangosas... Recuerdo esos brazos que me tomaron de los míos, alzandome sin la menor delicadeza, las palabras grotestas, las amenazas sin tregua, los golpes en los lugares más estrategicos del cuerpo... Y yo, vista desde lejos, como en esta lejanía auto-impuesta, viéndome, notándome... Abandonada al tiempo. Fue entonces cuando todo se volvió negro. Las reclusas escupiéndo a este cuerpo roto, las mismas palabras vulgares, la misma vulgata sonriendo, el yugo agorero, el penal leguleyo... Y esa imágen deshonrosa de la mujer con la espada y la báscula, redención pedía ella a gritos, redención que nunca yo he pedido, a pesar de mi perdida de percepción del tiempo, no la necesito, no necesito de perdondes ni de arrepentimientos locos. La culpa busca la pena y el agravio la venganza, como bien escribiera el poeta jorobado, y así vivo yo, esperando y esperando esa venganza que por más que paciente me encuentro, tarda en llegar. Qué cómo he escrito estás memorias si todo ha estado en completa oscuridad... Déjame contarte que hasta en los lugares donde la misericordia se pierde y el paraíso es sólo una bella fantasía, hay claridad, hay luz, hay un rayito de esperanza con tono a melancolia que en mi recién ingreso me hacía llorar. Ahora, tampoco recuerdo cómo hacerlo. Esa luz que yo te vengo contando, es un patio, un patio inmenso con un sólo árbol y éste, está 'enterrado' en el centro, como diciendo: "Soy yo la única posesión preciada que les puede quedar de todo aquello que perdieron, soy yo el único vestigio de santidad que alguna vez tuvieron... Cortarme, maltratarme, sería herir las llagas de su remordimiento, cuidarme, sería aceptar que las heridas sanan con el tiempo"; Así pues, todas las reclusas cuidan de ese árbol, lo alimentan, lo riegan... Y cómo se alimenta un árbol, me preguntarán, y yo, con la experiencia que he adquirido a fuerza de ver -cuando lo hacía- les contestaré: Un árbol se alimenta de Tierra que empujan diariamente las internas. La empujan con pisadas y más pisadas. Hubo hace tiempo, mucho antes de que yo llegara, una interna desventurada propuesta a escapar y para ello, decidió cabar un túnel en el lugar que pensaba nadie podría notar: Cerca, muy cerca del árbol... Lo qué pasó, es cosa de dar risa... Las hojas, el tallo, todo el árbol se iba secando, como delatando como dando señas que algo malo estaba pasando... Los guardias, con la lógica extrañeza, se acercaron y notaron que cubierto por un ramal descarado, estaba la entrada al túnel, que apenas iba para sus diez metros de profundidad, es decir, tres de alto por los siete de ancho. Lo curioso, es que la reclusa, privada de todo conocimiento, iba cabando el agujero justamente en dirección al edificio de las celdas. ¡De locos!
Como deseaba mi error se enmendara tan fácil como hubiera sido posible enmendar el suyo: Con una brújula. Pero para mí, esa opción había desaparecido bastante tiempo atrás, sin dar señales de querer saberme guíar en mi destino y acabe aquí, como una prisionera más que no pudo escapar a lo que es y siempre ha sido: Una asesina. Y cómo asesiné, el lector ya pronto lo descubrirá, cuando la luz nuevamente brille por esta pequeña ventanita que tengo en mi lado derecho de la celda, porque como habrá de recordar el hipótetico: La claridad se llega encontrar hasta en los lugares donde ya no habita la esperanza. Tened pues un poco de confianza y paciencia en mí, que las cosas poco a poco se descubrirán... La prisa, nunca es buena consejera, y no se crea que consejo doy que si así pareciera, sirvase por favor a echarlo en saco roto... Yo me quedaré aquí, esperando de nueva cuenta su visita...
Karla.
Carta Número Uno.
1 comentario:
Buenas tardes Karla.
Yo soy huevona, por no tanto como tus indeseables contactos jeje.
Escribes muy bien, sigue así, bellas palabras...
¡Un saludo!
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