El día que asesine
a
Kant
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Kant
Una vida postrada por una enfermedad. Una enfermedad que se convirtió en mi vida. La cotidianidad, lo normal, la disciplina de la simplicidad y su contexto idéntico para con todos los demás, es decir, mí alrededor. Así podría describir el final atribuido a toda una patología exenta de paradigmas sorprendentes, de estadías consecuentes obligándome a ser diferente, así no pude ser yo. Hace bastante tiempo, tanto, pero tanto, que ya no recuerdo de aquella última vez que tome un libro y leí.
Decían que a esta debilidad mía, tan constitucional y particular, eran necesario cuidados que ayúdaseme a mejorar mi salud, tanto mental como física, cuidados que se viesen reflejados en una rigidez a las reglas de vida a que debía estar sometida, en el orden rutinario de mis módicos movimientos.
¿De qué podría vivir? La economía, la puntualidad el dominio de mi ser eran ajenos a cuanto yo sabía, a lo que yo pudiese entender de cómo funcionar allá, en el mundo de los vivos. Mi complexión heredada: Cuidar de un cuerpo flaco con una salud pobre. Esa era la genética a la que pertenecían mis actos. ¿Cuáles eran éstos? Algo tan sencillo, como protegerme a toda costa de lo que pareciera mi destino de enfermedad y acaso de una muerte prematura. ¿Tù què harìas en mi lugar?
Cuidadosa, maniática, maniatada de sentimientos como el amor, la compasión, la pena y como única excusa a todo esto, el logro espiritual y formal de la gloria. Asì, me prive de todo acto banal como el matrimonio para dedicarme completamente a mi obra. Asì, muchas veces me he negado a salir de la ciudad natal que vieran mis ojos en mi completo estado de razón humana. Aunque no se debiera exteriorizar mis actos como un reflejo que he tenido en las atenciones a mi propia vida, sería una manera muy ego centrista de pensar y razonar, tan así, como vivir.
Transcurrir al paso de mi propia vida, esperando algo màs, no algo cambiante ni sugestivamente renovante para con mi estética, primordialmente escasa. Sin grandes cambios, sin mayores desventuras, si algo ha de notarse en esta vida es precisamente lo nimio, lo cotidiano que, en mi persona, se ha convertido en una disciplina… La disciplina de mi propia salvaciòn.
“De naturaleza dèbil y hasta enfermiza…”, la descripción que siempre tenìa mi madre de mí, la hija única que no debió venir, jamàs. En pleno uso de mis facultades mutables, puedo decir que ni un sòlo dìa me he sentido enferma, ni he necesitado de auxilios en contra de mi voluntad posesa de necesidad ajena.
Muchas veces me han recomendado tener fe. Tener en contra mi angustia y amargura que se ha posesionado de mi caricatura humana. A la fe, le atribuyo la razòn, mi moral misma, se basa màs en mi razòn que en la fe. La fe es a conveniencia de las prioridades de satisfacción del hombre. La moral es la dictadura perfecta entre la lucha de poder de nuestras intenciones. De què lado habrà de inclinarse una balanza destinada al mal uso. ¿Podrà cambiar en algo aquello que siempre pensamos, pero que no nos atrevemos a hacer?
El rigor de la moral es una suerte de transportación del rigorismo de la fe en el seno de una familia y en el ambiente escolar de represiòn. Represiòn de todo tipo y en todo tiempo. Yo no he sido muy diferente ante tales estadísticas y no pretendo violar el rumbo con el que se ha planteado la armoniosa paz de convivencia en el Planeta. Aunque muchas de las veces se llega al incumplimiento y a la violación de nuestra obtusa libertad, a la que todos estamos condenados a no tener. ¿Reglas? El hombre siempre ha de ponerse el freno y limites a su conocimiento.
Y…ademàs, por sobre todo reto, ¿Què podemos conocer?
De repente, acostada sobre la cama, imagino un enorme sistema solar màs allà de toda ilusiòn humana. El Sol tan brillante como efímero en tonalidades tanto rosas ora moradas ora púrpuras se desvanece con el contorno de lo que mi freno pudiese inventar y plasmar como una realidad que supere toda lógica del hombre. ¿Por què he de seguir las reglas? ¿Cuàl es el origen de todas esas ideas que frena mi existencia como ser humano, por què he de obedecer a los que son similares a mì? Nada de especial tienen, nada que los haga diferentes a mì. Para unos, llámese los racionalistas con los que he tratado de encontrar respuestas, las ideas del hombre son innatas; para los otros, los empiristas, las ideas, dicen, son adquiridas. ¿Adquiridas de quièn, en dònde?...
El conocimiento, las ideas, los pensamientos son un hecho, una realidad apenas palpable pero ante todo, son un hecho incontrovertible. Tenemos un conocimiento.
Dejemos las disputas razonables versus empiristas, y mejor, observemos cuàl es el valor y cuàl es el limite de nuestro propio entendimiento, el que apenas conocemos.
Cuando pensamos, lo hacemos por medio de juicios.
Hay muchos, allà afuera, en ese mundo de vivos, que me ven caminar, que me observan a cada movimiento en cada paso que doy y clavan su mirada inquisitoria. Juzgan, pre-juzgan lo que puedo o lo que he de hacer con mi vida. Me han dicho, al detenerme con cierta sorna, que no sirvo para nada, que soy una carga, que todo aquello que intento no tiene el valor que ellos necesitan para apreciarme. Me intentan analizar y concluyen que mi talento es nulo y que simplemente, me he tratado de engañar. ¿Còmo pueden saberlo si mi pensamiento choca contra el de ellos? Para mì, lo que veo como verde, para ellos, es de color rojo. ¿Còmo pueden ponerse de acuerdo en lo que soy? Si sòlo han visto lo que quieren ver y no expanden su mente a lo que en realidad podrìa ser. Que el rojo cambie a verde y se convierta en el oro, que para ellos significa, el valor que tengo yo.
Sus juicios tantas veces predecibles, se reducen al análisis de las cuatro formas principales de juzgar, que segùn ellos, les llevarà primero a la definición incorrecta de lo que soy, y después de èstas, a plantear el problema que tengo, para poder resolver lo complicada de mi forma de ser.
Se pierden en tèrminos tan intransigentes como el juicio ‘a priori, a posteriori, sintèticos y analìticos’.
El juicio a priori es cuando, si bien puede proceder de la experiencia, no depende de la experiencia. ¡¡Còmo es que se atreven a juzgarme si lo que juzgan ni siquiera lo pueden ver o lo conocen!! Es decir, no estàn dentro de mì, viviendo lo que siento, sufriendo lo que yo padezco y, sin embargo, se atreven a hacer una descalificación de mi persona, de mi conocimiento, de lo que me he convertido. Se trata de una especie de juicio a la vez universal y necesario.
Universal, porque al coincidir democráticamente, es valido para cualquier conciencia. Necesario, porque no puede ser de otro modo para ninguna conciencia.
Por ello, los juicios que se han hecho sobre mi, producto de los prejuicios y contrarios a mi forma de pensar, pueden provenir de la experiencia que han tenido conmigo. En todo caso, tambièn, siempre independientes de ella y, por lo tanto, vàlidos universalmente y necesariamente para atacarme.
Me defino, como aquel juicio en el que los jueces fungen como verdugos de mi ser. Soy el juicio ‘a posteriori’, aquel que no solamente proviene y deriva de la experiencia, sino que depende de ella. Yo he dicho: “El dìa es hermoso”, este juicio depende de mi experiencia particular y puede muy bien no ser vàlido para los demàs. ¿Què se puede hacer, si al final, todos eligen lo que quieren? No importa ser yo a la que elijan, quizà, sòlo busco que me dejen en paz.
Asì, el juicio se convierte en algo privado, subjetivo, particular y contingente, es decir, vàlido solamente para quien lo pronuncia en el momento en que lo pronuncia y nada màs. ¿Por què he de preocuparme de sobra, entonces?
La ciencia, supone estar construida a base de juicios ciertos, universales, necesarios, de juicios ‘a priori’; nuestras sensaciones, nuestras aseveraciones cotidianas son, en cambio, juicios inciertos, particulares y contingentes ‘a posteriori’.
Y ahora, nada importa. Ahora que mi naturaleza lo ha podido comprender, debo tomar el cuchillo y a la reina del suicidio entumecer con el veneno de su cortante filo. Déjame introducirlo por todas esas heridas abiertas que te han producido los demàs, a base de culpas y cargas pesadas de conciencia. Con aquellos grados de certidumbre, déjame ser yo quien te destroce y haga añicos tus ilusiones y sueños de sistemas solares dispersos. Distingue que el final se viene acercando a pasos agigantados y yo nada podrè hacer para ayudarte, quisiera ser la oveja que se ha descarriado, quisiera ser el candado que te procure una felicidad insalvable, pero no puedo. Me he delimitado, me he propuesto ser sòlo la narradora de tu conciencia y observarte de lejos.
Mi madre solìa describir: “…Los cuerpos son extensos, todos ellos… porque no tengo que salir del concepto de cuerpo para hallar en èl la extensión…”
Tu vida se ha alargado y mis pensamientos se han difuminado, es hora que comiences a desaparecer antes de que yo lo haga por ti y después, las dos seamos sòlo un recuerdo de alguien que no nos pudo conocer y con todo y ello, nos ha podido juzgar por la naturaleza que tuvimos en frente y fingimos para asociarnos con la demàs gente.
Es hora de que partas sin mirar a quièn puedas dejar… Es hora de que tù y yo, volvamos ser la ùnica pieza que faltaba en el rompecabezas y añadamos un nuevo significado a nuestra razòn de ser y a nuestra vida.
Los juicios de la experiencia como tales son todos sintéticos…
Karla Nerea Valencia
Karla Nerea Valencia
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