viernes, julio 25, 2008

«Otra Vez 'La Felicidad'»

“El egoísmo consiste en aplicar el espíritu de uno
al cuerpo de uno”




¡Otra vez la Felicidad!


Intro-spección:

Una cucaracha infante llega corriendo a donde su madre; se le nota en la su cara la angustia y la madre, al ver al pequeño vástago tan consternado decide preguntar qué es lo que le está pasando, a lo que el hijo cucaracha le responde:

- Madre, hoy escuche hablar a los gigantes y dicen que Dios los creo a su imagen y semejanza. ¿Nosotros a imagen y semejanza de quién fuimos hechos? -

La madre, preparada para dar todo un argumento se detiene un momento en sus cavilaciones y le responde al hijo cucaracha:

- Esos gigantes de los que hablas, son el ‘hombre’ también llamado ‘humano’… Siempre han sido tontos y dan esa explicación a su origen porque en tantos años no han podido explicar nada ni lo podrán hacer en mil años más que puedan pasar. El hombre, es el único ser vivo que cree en Dios… Pero el mundo es nuestro, hijo. Cuando todo acabe, quién crees tú que sobrevivirá a la destrucción (auto-infligida por el hombre) masiva del Planeta…

- Nosotros, madre...
- Y ahora, ayúdame a acomodar toda está mierda a la mesa,
tu padre no tarda en venir. -





La felicidad es imposible en este mundo. Olvidemos ese cuento de que podemos ser felices, porque la felicidad es un estado de egoísmo. El problema con la felicidad propia es que siempre choca con la felicidad ajena y ahí entra el conflicto.
Factorizando: Aquél que piense que es feliz, lo es por egoísmo.

En la actualidad, el deseo de felicidad hacia los demás es un acto de carácter convencional y, a veces, incluso “cierto” y meditado concienzudamente. En el fondo, dada la mecánica de la relación social, es un deseo de gozo para uno mismo.

Buscamos la felicidad, aspiramos a ella, recordamos esto especialmente (y siempre, como si de un ciclo interminable se tratara y de hecho, lo es) hacia el final de un ciclo vital… el final de año, o cuando nos sabemos al final de nuestra vida (afortunados seríamos sí todos supiéramos la fecha exacta de nuestro deceso, desafortunadamente no queda otra opción que la resignación).

El deseo parece contundente, quizá lo es.
El complejo se sitúa en el concepto de felicidad.

Lo primero que recuerdo ahora, al respecto, es el Libro de Job.
Dice la Biblia que Job (quien pudo vivir hacia el siglo XVI a-e) poseía abundantes bienes, dentro de los que se contaba con una bella familia. Dios (siempre tan considerado Él) decidió poner a prueba su devoción (pero qué tipo más desconfiado), infligió sobre él duras penalidades (la divertida que se habrá dado), no obstante lo cual el siervo conservó su fe.
«Oiga, comadre, qué terco era ese tal Job entonces, ¿verdad?»
«Terquísimo… ¿Para qué aferrarse a la devoción de un solo Dios, habiendo tantísimo?»


Pero aquí lo interesante, al final obtuvo recompensa, pues volvió a un estado similar (que no es lo mismo, pero es igual y hasta incluso más barato) al original.
No desarrollo con amplitud la historia porque quiero hacer otro tipo de citas… Habrá el momento.

Recuerdo, mejor, el soneto de Francisco de Quevedo y Villegas:

“La vida empieza en lágrimas y
caca,
luego viene la mu, con mama y
coco,
síguense las viruelas, baba y moco,
y luego llega el trompo y la
matraca.

“En creciendo, la amiga y la
sonsaca;
con ella embiste el apetito loco;
en subiendo a mancebo, todo es
Poco,
y después la intención peca en
bellaca.

“Llega a ser hombre y todo lo
trabuca;
soltero sigue toda perendeca;
casado se convierte en mala cuca.

“Viejo encanece, arrúgase y se
seca;
llega la muerte, y todo lo bazuca,
y lo que deja paga, y lo que peca.”


Frente a esta postura que más que pesimista debiéramos calificar de objetiva, está, por ejemplo, la de nuestro Amado Nervo, que soluciona el asunto reconociendo que la vida y uno mismo… “estamos en paz”.

«Comadre, todo eso está muy bien, pero mejor cite algo de Antonio Plaza, ese Señorón como me pasa…»

“Sociedad exigente y
corrompida,
lujuria en el altar santificada;
severa mojigata descreída,
Safo de Sor Teresa disfrazada;
ramera de pudor enrojecida;
reina loca de cieno coronada;
adúltera que audaz alzas el dedo,
yo no borracho, respetarte puedo…”


«Ya veo porque le gusta tanto, comadrita.»

Las cosas, pues, se ven de diversas maneras. Roque Barcia, gran estudioso de las letras, no suficientemente reconocido en su labor, señala:
“Una influencia más importante, más poderosa, más inmediata, más eficaz, distingue lo que es propicio de lo que no es favorable”.

«O sea, ¿cómo?»
Ejemplo: “La ocasión nos es favorable; el destino nos es propicio”.

«¡Ah! Ya voy entendiendo…
“En todo caso, las personas y las cosas no son favorables o contrarias en las tribulaciones y desgracias: Dios, el cielo, la fortuna, la suerte, el poder, son propicios, enemigos o funestos.”»

«Hablado con sabiduría ha:
“Para que una persona sea favorable, basta que se interese por la suerte y que secunde los deseos de otro; mas para que sea propicia que le salve de la desgracia o que le procure el mayor bien.” O sea, egoísmo puro y sincero. ¿Qué hay de malo en ello?»


Resumiendo:
“El que quiere nuestra satisfacción no es favorable: el que quiere nuestro bien, aunque sea a pesar nuestro, nos es propicio.”


Por ahí va el asunto. Yo simplemente recuerdo, esta vez, lo que ya he dicho en otras páginas:
Desde el punto de vista lexicológico “Felicidad” es sustantivo femenino que significa al “estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”. Así, equivale a satisfacción, gusto, contento y, por extensión, a “suerte feliz”.
Dentro de la filosofía, a las doctrinas éticas que colocan como el bien supremo a la felicidad se les denomina “eudemonistas” (del griego ‘eudaimonía’ “felicidad”).

Son iguales en significado, esta voz y la latina ‘felicitas’. En Roma, Eudomonia o Felícitas fue diosa representada como matrona coronada por guirnaldas de flores, sedente en un trono elevado.
También se simbolizó a la Felicidad con dos cuernos de abundancia cruzados, y una espiga entre ellos.
«¡Qué imagen más grotesca, bizarra y masoquista, comadrita!»
«Pero eso no es todo…»



Felicidad, en fin, es la calidad de ser feliz (¡Ahhh!) del latín ‘Félix’, cuya raíz indoeuropea tiene el sentido de “amamantar”.
Se trata de la misma raíz que se encuentra en ‘filius’ “hijo”, propiamente, “el amamantado”.

En la historia del cristianismo, se registran 65 santos con el nombre de Félix, derivado de la misma palabra madre y equivalente a Eutiquio.

Andamos buscando la buena fortuna, la fortuna (ya no se diga ‘buena’), la dicha…



«Pero… ¿Amamantando?»
« ¿Será?... »


Saque el lector sus propias conclusiones.


Artículo:
Karla Nerea Valencia

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una enrme felicidad el hacer felices a los demás, sea cual sea la propia situación.

El dolor compartido es la mitad de pena, pero la felicidad, cuando se comparte, es doble.

Si quiere sentirse rico, solo cuente todas las cosas que tienes y que el dinero no puede comprar.

Menos amargura amig@.