
“Dios no existe. Y quién piense o crea lo contrario,
le toca comprobarlo.”
KARLA NEREA VALENCIA
[OST:
Pónle Play(**)]
LA INEXISTENCIA
DEL EXISTENTE
Voy a ser sincera: Yo no creo en Dios, porque simplemente yo nunca lo he visto, jamás de los jamases ha venido a la casa, ha tocado la puerta y me ha dicho: “Con qué no crees en mi eh… ¿Puedo saber por qué?”. Así de sencillo. Que Dios es tener Fe.
Las virtudes teologales son tres: Fe, esperanza y caridad.
Esperanza… ¡Mira nada más! que bonita palabra: Esperanza. ¿Esperanza de qué? Sí ya no hay nada para tener esperanza. Esperanza es ‘espera’. ¿Esperar qué?, De lo único que puedo tener esperanza es que este mundo explote y se acabe con él, todo sufrimiento e injusticia. Como iba diciendo sobre las virtudes teologales. Fe no es más que una ilusión abstracta, una utopía de la que más valdría mejor desengañarse a tiempo.
De la esperanza ya lo resumí. Y de la caridad, ni qué decir. Se supondría que los curas, sacerdotes, ‘pagresitos’, obispos, monseñores, y quién sabe cuánta más cosa absurda de rangos como si fuera una asociación militar, deberían de ser los primeros en ser caritativos, pero qué va, son los más egoístas, los más despóticos, altaneros, egocéntricos y presuntuosos. Se creen que sólo por estudiar teología ya están más cercanos a Dios. Pues en este ensayo voy a desenmascarar todas sus patrañas, para que no me vengan con el cuento de la Fe, esperanza y caridad.
Sobre Dios ya he dicho que no existe, y reto a cualquiera que lea esto y que este en desacuerdo, que me desmienta o que me demuestre la existencia del inexistente.
En el escrito anterior, hubo un comentario que me llamo mucho la atención; y no sólo porque hizo caso omiso a todo lo que dije en contra de la Santa Madre Iglesia, no, no, sino que tuvo a bien decir y tratar de corregir mi afirmación sobre también la inexistencia de Jesús de Nazareth. Textualmente dijo lo siguiente:
“Es un hecho indisputable por los mismos registros históricos, incluyendo los provenientes de fuentes seculares, que Jesús de Nazareth, el hombre (el hombre de carne y hueso que, ya sea inadvertidamente o intencionalmente, fundó una Iglesia compuesta de credos y algunos cuantos problemas exegéticos y teológicos), existió.”
Pues que me vaya diciendo de cuáles registros históricos, fuentes seculares y etcétera, etcétera se valió para afirmar tal cosa.
« Comadrita, ¿sigue usted con sus herejías? Ya debería dejar el tema por la paz, que a nadie beneficia o perjudica si el tal Jesús existió o no existió. »
Lo siento comadrita, pero no me gusta dejar las cosas inconclusas. “Todos los siglos proclamarán que entre los hijos de los hombres no ha nacido uno más grande que Jesús”. ¡Qué esperanzas si así fuera! Pero no hay tal, Jesús no existió. Ni en cuerpo ni en alma según pretenden los evangelistas, ni como espíritu encarnado según la tesis de los docetistas. Cristos hubo muchos, en cuanto al nuestro, el de los evangelios, es obra de la imaginación mítica de los pueblos mediterráneos de hace dos mil años que lo fraguaron juntando a Atis, Mitra, Osiris, Krishna, Buda, Zoroastro y Dionisio.
Jesús o Cristo, es un engendro fraguado por Roma, centro del imperio y del mundo helenizado, a partir del año 100, juntando rasgos tomados de los mitos de Atis de Frigia, Dionisio de Grecia, Buda de Nepal, Krishna de la India, Osiris y su hijo Horus de Egipto, Zoroastro y Mitra de Persia y toda una serie de dioses y redentores del género humano que lo precedieron en siglos y aún en milenios y que el mundo mediterráneo conoció a raíz de la conquista de Persia y la India por Alejandro Magno.
Cristo nació el 25 de diciembre de una Virgen, y en la misma fecha, que es el solsticio de invierno, nacieron Atis, de la Virgen Nana; Buda, de la Virgen Maya; Krishna, de la Virgen Devaki; HOrus, de la Virgen Isis, en un pesebre y en una cueva. También Mitra nació el 25 de diciembre, de una virgen, en una cueva y lo visitaron pastores que le trajeron regalos. Y también de una virgen también nació Zoroastro o Zaratustra. (*)
Entonces, ¿Quién es el que miente?
« Comadrita, yo no me sabía nada de eso… O sea, la Iglesia nos ha estado viendo la cara todo este tiempo. »
Y no nada más viendo la cara, comadre, sino que también sacándonos dinero con sus cuentos. O es que acaso no ha visto el enorme anillote del tal Benedicto XVI que carga en su mano derecha. Y acá los pobres matándose por menos que eso.
Son veintisiete los textos que escogió el Tercer Concilio de Cartago.
Entre ellos: Los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, o evangelios “canónicos” como se les designa para distinguirlos de los evangelios “apócrifos” que no se consideran inspirados por Dios.
Pues tales, tratan de un tal Cristo que si existió habló en arameo, y sin embargo los veintisiete están escritos en griego. ¿No estarán traicionando de entrada a su personaje los venerables autores con el simple hecho de traducir su pensamiento a una lengua tan distinta como es el griego?
Los evangelios son como las novelas: mentira, fantasía, imaginación, ficción, invento. Cuando Cristo se está muriendo colgado de una cruz exclama en el Evangelio de Marcos: “’Eloí, Eloí, ¿Lemá subachtaní?’, que significa ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Marcos cita al moribundo en arameo y de inmediato nos lo traduce al griego que yo aquí a mi vez traduzco al español. ¿Y cómo supo Marcos qué dijo Cristo en el momento en que moría? ¿Acaso también él estaba a su lado en el Gólgota con María Magdalena y las Santas mujeres? ¿Y sabía acaso arameo? No parece ni lo uno ni lo otro.
Cada quien es su idioma. Y si Dios quiere hablarles a los hombres para siempre se jodió porque los hombres hablan lenguas cambiantes, pasajeras, efímeras como todos ellos y Él es uno, inmóvil, simultáneo, inmutable, incambiable, eterno.
« Comadrita, estuve leyendo el comentario dejado en su texto anterior y dice lo siguiente –deje se lo copio-:
“Y siendo pues la muerte de cruz de Jesús de Nazareth, el hombre histórico, nuestra muerte finalmente, (pues la vida, tarde o temprano, nos crucifica a todos, ya sea sufriendo el dolor ajeno, ya sea viviéndola en carne propia), que cualquier hombre o mujer con fe”

¿No se le hace algo absurdo andar colgándose al cuello el crucifijo a sabiendas que fue el instrumento que asesino a ese tal Señor? »
Es de las tantas cosas absurdas de la Santa Madre Iglesia, comadre, imagínese usted si nos lo hubieran matado por la guillotina, ahorita andaríamos colgándonos al cuello semejante instrumento asesino.
Sí dejamos de lado los evangelios, no podemos sino acostumbrarnos de lo poco que saben de Jesús, el llamado Cristo, los autores de los restantes veintitrés textos del Nuevo Testamento. San Pablo, al que se le atribuye la mayoría de las epístolas, sabe infinitamente menos de él que cualquier niño de nuestros días que vaya a la escuela dominical: No sabe que es hijo de María, una virgen, y de José, un carpintero; no sabe que nació en Belén y que de recién nacido el rey Herodes lo quiso matar, ni que de niño estuvo discutiendo en el tempo con los doctores de la ley y etcétera, etcétera hasta el momento que tembló la tierra y se rasgó el velo del templo cuando murió, ni que los soldados romanos le pincharon entonces el costado con una lanza y se repartieron a los dados sus vestiduras… Sí hoy le contara todo esto a San Pablo me diría: “mentiroso, no inventes”. ¡Pero qué va, el mentiroso es él! O el que lo inventó. (*)
Y para extenderme más sería humillar el conocimiento del que ha dejado tal comentario afirmativo de la existencia de Jesús. Que me lo compruebe, que me muestre de dónde ha sacado tal aberración sosteniendo la existencia del inexistente.
Para no aburrir y no abundar más, me despido con algo que debemos analizar: ¿Cuándo nació Cristo? Si su nacimiento es el que parte la historia en dos, ha tenido que nacer en el año 1 de la era que inaugura. Pero resulta que los evangelios de Mateo y Lucas nos dicen que nació bajo Herodes y éste murió cuando menos cuatro años antes. Los romanos contaban los años a partir de la fundación de Roma, ab urbe condita. En el siglo VI el monje Dionisio el Exiguo propuso reemplazar la cronología romana por una cristiana, la actual de Occidente: contamos los años antes y después de Cristo, no antes y después de la fundación de Roma. Sólo que Dionisio hizo coincidir el año 1 de la nueva era con el 754 romano sin tener en cuenta que los evangelios de Mateo y Lucas dicen que Cristo nació bajo el reinado de Herodes, quien según la cronología romana murió en el año 750 ab urbe condita, o sea en el año 4 antes de Cristo. De todas formas si Dionisio hubiera hecho coincidir el año 1 de la era cristiana con el 754 de la romana todavía seguiría equivocado ya que Herodes no murió en el instante mismo en que nació Cristo si no más o menos dos años antes, pues según el Evangelio de Mateo cuando el rey judío se enteró del nacimiento “mandó matar a todos los niños de Belén y su comarca de dos años para abajo”. Dionisio erró pues aproximadamente en seis años.
Por lo demás tampoco hubiera podido establecer con exactitud a qué año de la era romana debía corresponder el año 1 de la nueva era que proponía pues simple y sencillamente ningún evangelio nos dice en qué año de la era romana nació Cristo.
¡Claro que Cristo es un hombre excepcional! Nació seis años antes de sí mismo. (*)
« ¡Ay! Comadrita… La verdad que me deja sin palabras… Y yo hace y hace oración todas las noches para que no me caiga la hecatombe de miseria… »
Acabar con la Iglesia, comadrita, así, en general, que no hay cura sincero ni Papa bueno.
(*) Texto tomado del libro:
”La Puta de Babilonia”, de
Fernando Vallejo.
(**)
Título: El Nuevo Catecismo
Grupo: El Palomazo Informativo.
KARLA NEREA VALENCIA
4 comentarios:
¿Por qué el Todopoderoso no se entera de lo que sucede y sus fieles no comprueban su justicia? Los malvados cambian los linderos, llevan a pastar rebaños robados; se roban el burro de los huérfanos, y confiscan el buey de la viuda. Los mendigos tienen que apartarse del camino, todos los pobres del país han de esconderse. Como los burros salvajes en el desierto, salen desde la mañana a buscar su alimento, y a la noche no tienen pan para sus hijos.
Salen de noche a segar el campo y a vendimiar la viña del malvado, pasan la noche desnudos, sin tener qué ponerse, sin un abrigo contra el frío. Están empapados por la lluvia de las montañas, sin tener donde guarecerse se sujetan a las rocas. Se arranca al huérfano del pecho materno, se toma en prenda el hijo del pobre: andan desnudos, sin ropa, y sienten hambre mientras llevan las gavillas. Mueven el molino para exprimir el aceite y pisan la uva de los lagares, pero quedan con sed. En la ciudad gimen los moribundos, y los heridos piden socorro, pero Dios no atiende a sus súplicas.
-Job 24
Si en este mismo momento bajase Dios y le hablase al mundo ¿Cuántas personas no dirían: “seguramente esto es un truco!”. Alguien de incredulidad mas audaz podría pensar, “seguramente este Dios cree ser Dios pero hay un Dios mas grande que el”, y otro mas informado en creencias Orientales diría: “ésta realidad es solo una ilusión, y éste Dios, cualquier Dios, lo es también.” La incredulidad—o la credulidad—es pues, mas que nada, una decisión--y más no se puede hacer al respecto.
Desde esta perspectiva entonces, cometí un gran error en afirmar que “[era] un hecho indisputable por los mismos registros históricos [la existencia de Jesús]”, pues aunque pudiese afirmar con argumentos sólidos la existencia de Jesus de Nazareth, veo que me enfrascaré en un interminable intercambio de argumentos y contra-argumentos que no fructificarán mas allá de la defención de cada una de nuestras posiciones, y conociendo de antemano cuales refutaciones respectivamente vamos a encontrar eventualmente, pues ambos estamos familiarizados con éstas, cada uno adjudicando con mas o menos valor cada una según nuestras convicciones, por mas objetivas que creamos lo sean, terminaremos en mismo lugar donde comenzamos, particularmente porque aquí se habla de la razón y de la esperanza: dos opuestos irreconciliables aparentemente—a menos que la última sobrepase la anterior.
Intentaré hablar entonces de la esperanza, una esperanza que es apenas un atisbo de una fé verdadera, esa que mueve la propia voluntad a arrojarse al abismo por los demás. Esta esperanza no depende de cualquier atributo fantástico y/o divino que atraves de el tiempo se haya posiblemente adjudicado a Jesús de Nazareth—aunque su divinidad para mi es posible. ¿Por qué es posible? Bueno, tengo varias experiencias que han alimentado mi esperanza, mas demasiado personales sin embargo. (De cualquier manera, ¿las creerias? No lo creo.) pero relataré dos anecdótas que, si bien no aumentan mi fé, dan a mi razón—esa razón tan ávida y soberbia, tan obsesiva de la verdad y tan neuróticamente incrédula—una cierta dosis de humildad.
Primero debo explicar que he tenido desde hace tiempo gran aversión por la muerte, siento que todo lo que vive debe vivir para siempre, simplemente por lo extraordinario del don del ser. Un absurdo ciertamente al considerar que todo lo que nace muere--un absurdo, sin embargo, que me hizo ver en una ocasión el límite de mi intelecto y la necedad de la razón: estaba yo sentado a la mesa listo para servirme algo de beber, cuando vi una hormiga dentro de una taza de porcelana. La hormiga buscaba y buscaba, según su programa evolutivo de preservación de su hormiguero, alimento, vuelta tras vuelta, en su mundo bidimensional, alrededor y dentro de la taza sin parar y sin descanso.
La hormiga seguía dando vueltas y yo le observaba detenidamente. Ni siquiera con esa mirada portentosa de alguien que tiene en su poder el destino, la vida o la muerte, de un ser: yo sabia que iba a rescatar esa hormiga de la mirada de un familiar que sin chistar la hubiese oprimido con el pulgar y desechado al vacío como si fuese un grano inanimado de arroz. No. Yo la observaba con detenimiento porque sentía pena por ella. Ella era una hormiga, y yo un hombre. Ella iba y venia en su pequeño mundo, y no se daba cuenta de el ingenio humano, de cómo éste había mezclado el caolín y la porcelana en un liquido pastoso, como éste le habia dado forma de taza--como un artista da forma a una pintura, o una escultura--y la había puesto en un horno para cocerla y decorado con diseños caprichosos.
Ella era una hormiga, y yo un hombre—y sentí pena por ella. Ella no podia apreciar la musica, o el arte, o la escritura o el lenguaje, no podia jugar, ni reirse, ni llorar--aunque de lo último tal vez no deba apenarme--ni podia amar conscientemente, ni podia saber que yo le habia salvado de su muerte al haberle depositado cerca de su resguardo.
Si ambos fuesemos inmortales, pensé, e intentara yo mostrarle los misterios de el don del ser y las profundidades de el pensamiento, o el valor de la vida o el pesar del sufrimiento, pasaría una eternidad y un día más, y ella no me entendería siquiera un ápice de lo que mi enseñanza le habiese mostrado. Mis pensamientos estaban tan por encima de los suyos que senti pena por la hormiga. Ella era una hormiga y yo era un hombre. Y pensé entonces en Dios y en mi desventura.
En otra ocasión observé a un ciego, un hombre que caminaba a tientas con la simple ayuda de un bastón, y me pregunté si el hablarle de la maravilla de la visión, de cómo la luz rebota en los objetos y el mundo de la materia se revela ante nuestros ojos, le haría comprender lo que es la luz y los colores, pero la realidad era que el ciego no había visto nada mas nunca que una eterna oscuridad, y cuando me pregunté que era lo que el ciego podía ver, si ni siquiera la oscuridad puede ver, entonces me di cuenta que, si yo no podía comprender lo que el veia, mucho menos el podría conocer el destello de la luz ni los colores del cielo.
Y así mis pensamientos estaban por encima de los de el. Y entonces pensé entonces en Dios y en mi desventura.
Mas que creer en Dios, espero en él. He divisado la esperanza en más de una ocasión. (¿Era Dios? No lo se). Aun así me postro ante el vacío, ante el gran misterio y grito con el alma “Eli, Eli, lama sabactani!” palabras que tal vez Jesús no pronunció,--pues son tomadas de un salmo--sino que la tradición religiosa se le atribuyó a él por la situación en la que se vio envuelto, las cuales no obstante inspiraron a un pequeño grupo de hombres, aún ante la amenaza de la crucifixión, de la muerte--tan cruel, tan aterradora--a seguir sin temor con las enseñanzas de Jesús de Nazareth, y predicar la Buena Nueva a los hombres: que Dios se había compadecido de ellos.
Y si alguna vez los mismos ángeles bajan del cielo y me dicen que no hay Dios, yo aun asi le seguiré buscando y esperando en el, aun en la eternidad.
Veo con gran entusiasmo que cada día van incrementándose tus escritos, éste no es la excepción, impresionante mi querida karla.
Yo no creo en ese dios, que para muchos es dios, yo solo creo en mi y en lo que hago, tengo mi cielo y mi infierno, nunca voy a orar por nadie, ni rezar por nadie (es absurdo), solo vivo por mi, creo en lo que veo y mis acciones iran con lo que veo, o sientiendo lo que toco.
saludos karla
Publicar un comentario