domingo, febrero 10, 2008

LA EFICIENCIA DE LA MUERTE « V »



LA EFICIENCIA DE LA
MUERTE « V »






Del Comandante Miramonte y sú Nacionalismo.




Muy pronto seré viejo, es decir, más viejo de lo que ya soy y me convertiré en anciano, más anciano de lo que mi alma es y, se encuentra. Muy pronto, las nuevas generaciones llegarán con nuevas ideas, con nuevos proyectos, con renovadas ambiciones y yo, podré ver como mi país se quiebra en más pedazos para jamás volver a unirse en lo que alguna vez pudo ser. Dentro de poco tiempo, mis relatos quedarán olvidados, oxidados como la tubería vieja de esta habitación en la que lloro por las noches, en la que paso mis días escribiendo, en la que voy muriendo de poco en poco. Los años nunca serán ya los mismos, los niños ya no conocerán lo bien que nos tocó vivir, en una época atrás, que ya nadie recuerda, porque quizá, sólo vive incierta en mi memoria.
Muy pronto, mis libros serán la única semilla que tratará de esparcirse en el campo, y Dios mismo sabe, que habré hecho todo lo que estuvo en mis manos en el uso de mi predicado. Así pues, combinando mi presente y mi pasado, para traslucir un futuro que a nadie ha tocado, que de nada ha servido y del que nadie se preocupará por reestablecer en lo lejano. Mi país, que alguna vez creí justo, laico, soberano y unido, no será más que un desierto en invierno, una inexistencia verdadera y utópica para la juventud con sed.

Me he propuesto morir juntando las páginas de lo que ha sido toda una vida. He decidido dejar el corazón palpitante en cada una de estas líneas, para que en ese día lejano que ya no me tocará ver, pueda ser recordado. Cómo extraño a mi esposa y a su llanto cálido, cómo extraño el sonar de las sirenas terrestres que indicaban no un arrastre intempestivo al naufragio imaginario, sino una calamidad alarmante y real. Han pasado ya bastantes años desde que vivo aquí escondido, en el apartamento que perteneció a mi madre la sabia y a mi padre el visionario. Parecieran siglos, parecieran milenios cobijados por miseria, por desdicha y amargura del amigo imaginario que ya no ayuda, que ya no ayuda.

Tuvimos que arrastrar tantos muertos en la lucha, tuvimos que arrastrar con la inocencia, con la moral y la justicia. Valores que ya nadie recordaba y que se nos hizo fácil traspasar en el argumento de una ‘Patria limpia y renovada’. No sé qué estaría pensando cuando atravesaba corazones con mis manos, no sé que pensaba cuando pisoteaba ilusiones de un poblado santo. Quisiera que en las noches las pesadillas no cubrieran mi conciencia, pesadillas que he llamado un ‘insolente insomnio’.
He pues que fueron mis palabras las hostigadoras, las causantes del derramamiento de sangre. Mi Manifiesto Nacional en manos de infantes; infantes que lucharon en contra del gobierno que tantas veces sofocaba la palabra, la escritura, la expresión artística. Fui yo el causante y de nada me arrepiento, y si he de estarlo por algo, ha de ser porque me faltó tiempo. Muy pronto seré más viejo, y mis letras se diluirán en el cemento que cubrirá mi última parada, mi último resguardo así como mi último consuelo mortuorio.

«Qué podría pasar» Pregunté aquélla tarde ante el consejo. Los ejércitos se unieron, las familias enteras salían de las casas buscando esa justicia, esa paz que con el gobierno de aquel entonces, no encontraban. Los juzgados, corrompidos. La justicia amagada. Las palabras de reproches, silenciadas. Los mudos se hicieron ciegos y los ciegos se arrastraban perplejos buscando piedad por parte de nosotros, los nuevos jueces sojuzgados. «Qué podría pasar» Preguntaba nuevamente, y nadie contestaba. La política económica era un intento para planificar mi país, y liberarlo, y encontrar esa justicia, esa paz que el gobierno nos había quitado, hace años, hace milenios que se convirtieron en siglos. Si algo hice mal no me alcanza el orgullo para arrepentirme. Porque fui joven y pequé de insolente como muchos otros lo han hecho y lo seguirán haciendo. Si de algo estoy conciente, sin embargo, es que me hizo falta tiempo, tanto tiempo que no me canso de ver pasar y el que se ha ido colgando tras mi espalda, jorobándome la juventud. Es de caballeros conservar el silencio entre las quejas que produce el cuerpo. Pero mi piel me grita que siga adelante, que exponga mi argumento que me hace seguir viviendo y gastando el oxigeno que de muchos hice privado. Qué palabras tan cortas de entendimiento y sin embargo, expresionistas de todo cuanto ha pasado: «Qué podría pasar» Nada hubiera pasado si las personas en aquel entonces no hubieran luchado; nada hubiera pasado de perder cuatro o cinco hijos, que en un futuro volvieran a procrear, a tener, a poblar en una país más justo, más glorioso, más libre. Sería un orgullo dar la vida por la patria, expulsando de esta bella tierra los pies extranjeros, la cultura extraña, la falsa ayuda humanitaria del explotador de un país vecino. Grito, con las pocas fuerzas que ahora me quedan: «Que podría pasar… de comprender mi planificación como categoría económica, para poder planificar, así mismo, nuestro país»

En algún momento de la lucha algo se tenía que sacrificar, un brazo, una pierna, un hijo, una lengua altanera, un rico poderoso, un pobre que nadie extrañaría, un joven idealista, un doctor emocional, muchas almas cautivas de una ideología que los llevaría a permanecer intactos con honor, en un libro de la historia, en un pasaje divino, en una gloria eterna.

Es lo que necesitaba el país y yo se lo di a manos llenas. Es lo que necesitaba mi país y luche por ver esa gloria eterna. Ahora me llaman criminal de guerra. Ahora, en las calles, la sociedad incauta, me avienta piedras y me redime a un remedo de carne vieja.
Pero nadie recuerda, nadie hace memoria de lo que era nuestra Tierra: Un sistema con medidas económicas que el Estado aplicaba sin control a las clases dominantes, procurándolas, ayudándolas más en su enriquecimiento, mientras los demás, sufrían y se arrastraban por la hogaza de pan que ellos mismos trabajaban. Qué era la política que nos regía, sino más que una política económica influyente sobre muchos aspectos en el desarrollo de la sociedad privilegiada, y ante todo, sobre sus fuerzas productivas, herramienta de explotación al que menos tenía. ¿Hice mal, entonces, qué es lo que está bien? Yo sólo otorgue otras herramientas para crear los mecanismos, instrumentos y acciones que aplicaran justamente al Estado, a la Nación con el objeto de regular los hechos y fenómenos económicos. Y mi objetivo principal de mi nueva política, siempre fue, lograr el desarrollo socioeconómico de mi país. Que la Nación soberana y justa que conseguí me juzgue conforme a las leyes que yo mismo construí y regulé, y que después, fueron las mismas, que ahora me tienen en la zozobra de la vida.

Estoy cansado, tan cansado como lo estuve hace muchos años de ver pobreza, de ver miseria en cada paso, en cada ciudad que visitaba, en cada pueblo que se desmoronaba siendo fruto de la ambición de unos cuantos, de los favorecidos por las leyes falsas. Qué sería de ti, País, sin mis agallas, sin mi acción de combatir la desigualdad, la injusticia y la avaricia de esos cuantos, para hacernos con la paz y justicia de estos muchos, que sufrían. Qué sería de ti, País, sino me hubiese atrevido a invadir esas instituciones corrompidas, esas organizaciones de mentira y esas empresas tan injustas y falsarias, que pecaron de una ignominia apabullante de los que más necesitan. Qué sería de ti, si con toda esa gente, no hubiera derrocado al poder gubernamental para hacerlo público, y que sirviese ahora, para gobernar a la Nación, a mi País. Maté personas en el transcurso de mi lucha, y qué, era necesario. Vi morir niños, jóvenes, adultos y ancianos, y qué, ver todo esto que se ha construido a raíz de todo aquello, muy bien valió la pena. Campos llenos de cuerpos extraños extranjeros, y qué, el país se hizo del pueblo y para el pueblo, y no para los externos ahora exterminados. Jamás lloré por una sola muerte que no haya sido la de mi esposa, en aquella marcha de horror, en donde la policía con el báculo del poder, nos amago y termino amargando la existencia, ahora en mi, disoluta. Me juzgan por muertes inocentes, pero no ven la inocencia de la muerte. Lo glorioso que fue luchar y morir por servir al País y verlo convertido en lo que ahora es y, que espero, siga siendo.

«El Estado implica el poder político y la coacción ordenada, para poder controlar y organizar a la comunidad» Así hablaban los sinvergüenzas que robaban de la Nación, así era la hipocresía que muchos años nos lideró. Era una sociedad de clases, una institución aberrante clasista que defendía los intereses de la clase dominante. Creyeron que caíamos en la confusión al no saber diferenciar al Estado del Gobierno, siendo que éste es una parte de aquél que constituye el sistema operativo, mediante el cual el Estado cumple sus funciones y objetivos. Funciones que jamás puso en práctica. Objetivos que jamás logró. El Estado surge desde el esclavismo, y eso nadie lo sabe o prefiere no saberlo, surge con el objeto de defender los intereses de la clase dominante. Pero esta institución evoluciona y adquiere diferentes formas hasta que logró llegar al capitalismo en el que vivíamos presos., donde de igual forma en que he venido relatando, vendió a la sociedad y embargó a la economía.
Voy a morir, ahora siendo esclavo de las cadenas que ayude a romper. Moriré de anciano, viviendo prisionero por lo que tanto luché.

Aquella crisis capitalista que nadie recuerda o quisiera no recordar, el Estado empieza a intervenir en la economía, por lo que se le conoció como Estado interventor. Qué hice yo que nadie hubiera hecho en mi lugar. Si, luché y seguir luchando por conseguir los ideales de infraestructura en la que fuimos carente; seguir avanzando por la determinación y protección del sistema legal –que era ilegal y se escudaba en éste último- general en el que tuvieran lugar las relaciones de los sujetos legales de la sociedad, empañada por el capitalismo. Una regulación del conflicto eterno entre el trabajo asalariado y el capital, y en este caso la presión política de la clase trabajadora, no solo por los medios políticos o militares, como se había vivido desde antes. Y lo más importante de mi manifiesto: La protección del “capital nacional total” y su extensión y reconocimiento en el mercado capitalista mundial. Esto último, jamás logrado y creo que mis años pendientes, no me alcanzarán para poder llegar a verlo. Pero rezo, rezo al amigo imaginario, porque la mediocridad con la que ahora se conducen, genera otra lucha interna para derrocar al régimen que con mi lucha, yo logré crear. Si de algo han de juzgarme, que la Patria, Mi Nación y Mi País, por sí mismos, hablen. Si por el contrario, un bien te he hecho, sírvanse a levantarse contra el Gobierno que nos traerá más hambre de la que siempre hemos tenido, más pobreza en la que nos hemos convertido, más desigualdad semejante a la de antes, y sobre todo, más desesperación por no salir adelante. Que mi Nación entonces, me juzgue por las leyes de mi moral joven y mi carácter anciano actual.


Firma:
Comandante Miramonte.




Escrito extraído del libro:
“La Eficiencia De La Muerte”.


Karla Nerea Valencia

Documento protegido con
Derechos de Autor.






*Nota:

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EFICIENCIA MUERTE

1 comentario:

Anónimo dijo...

WOW, ME QUEDE SIN PALABRAS. ESTE ULTIMO CAPITULO FUE COMO EL CONCIERTO DE ROGER, MUCHO MAS DE LO QUE ESPERABA.